La violencia machista tiene secuelas múltiples y «devastadoras» para los menores que crecen en un entorno de agresiones: los psicólogos inciden en que un agresor no puede ser un buen padre porque el maltrato a la madre siempre implica una agresión que afecta al desarrollo de los niños.
«Los menores son siempre víctimas directas de la violencia que se ejerce contra sus madres: el hecho de presenciar una agresión ya es violencia y les genera un trauma. (…) Una persona que maltrata a la madre maltrata por extensión a los hijos», remarca en una entrevista con Efe la psicóloga especializada en violencia de género Bárbara Zorrilla.
«Es un mito pensar ‘a mí me maltrata, pero con los niños es bueno’. Si maltrata a su madre los está agrediendo también a ellos. Un buen padre no agrede a sus hijos», coincide el director de programas de la Fundación ANAR y también psicólogo Benjamín Ballesteros.
Entre las medidas del Pacto de Estado de Violencia de Género se encuentra la de «impulsar la aplicación práctica del reconocimiento de las y los menores como víctimas directas de la violencia de género. Mejorar la conexión entre la violencia contra las mujeres y la experiencia victimizadora de los hijos e hijas».
Los menores son las víctimas más invisibles de este drama social y apenas se tienen datos del impacto de la problemática en ellos.
En 2013 comenzaron a registrarse las cifras de menores asesinados por las parejas o exparejas de sus madres (28 desde entonces) y el número de menores huérfanos (245). De las 1.001 mujeres asesinadas, más del 70 % eran madres, según datos del Consejo General del Poder Judicial. Son los números de la violencia más atroz contra los niños, pero es necesario ir más allá para analizar todo tipo de implicaciones.
Otra de las medias del Pacto de Estado recoge precisamente la realización de estudios sobre la situación de los menores: relativos a custodia, régimen de visitas, relaciones con el padre maltratador, etcétera.