Los misterios de La Última Cena

Los misterios de La Última Cena

ÁNGELA PEÑA
De repente La última cena, el cuadro que Leonardo Da Vinci terminó de pintar en 1497, se ha convertido en la última moda. Curiosos investigadores han encontrado extraños detalles en la obra, a tantos siglos después que el artista cumpliera con el encargo de sacerdotes dominicos de aquella época. Aunque el más leído ha sido Dan Brown con su demandado Código Da Vinci, un ensayo de Lynn Picknett y Clive Prince, La revelación de los templarios, le había precedido en el señalamiento de «las anomalías».

Ahora, el más comentado es La cena secreta, de Javier Sierra, tal vez porque no sólo agrega nuevas curiosidades a las ya detectadas sino porque se adentra en el análisis de las creencias y convicciones de Da Vinci para explicar el por qué de tantas rarezas.

Un resumen de este impactante ejemplar se publicó en diez páginas de la revista Más Allá, del pasado mes de diciembre, identificando los hallazgos en una reproducción ampliada del cuadro. Sorprenden sus descubrimientos tanto como las revelaciones en torno al artista, presentado como «uno de los últimos herejes cátaros».

Tratando de dar respuesta a enigmas como la posición de Juan, qué hacía una mujer en la Última cena (supuestamente María Magdalena), el extraño espacio vacío entre Juan y Jesús o la mano aparentemente sin dueño que sostiene un cuchillo, el escritor, cuya obra fue premiada como mejor novela de investigación, dio con otros misterios. Los santos no tienen halo. No hay en el banquete ni rastro de cordero, «que era el alimento tradicional en la Pascua Judía». Leonardo se autorretrató como Judas. Hay un nudo con el que se adorna el mantel de la cena y hasta el número 13, presente en la pintura, tiene una explicación para Javier Sierra, que confiesa: «Escribí La cena secreta, en parte para dar respuesta a esos interrogantes. Sin embargo, la investigación histórica en la que me sumergí antes de redactar esa novela, terminó conduciéndome a conclusiones que no esperaba. Que Leonardo diseñó el cenacolo contra lo religiosamente correcto en su época, no solo lo reflejaban la ausencia de cabezas nimbadas, el arma en manos de Pedro y su propia actitud en la escena. También había que fijarse en otros detalles. Por ejemplo, en la Última cena, Jesús no instaura la Eucaristía, como era tradicional hasta ese momento. No hay ni rastro del Grial, ni de la hostia o el pan que repartirá…».

El misterioso Da Vinci era un seguidor de la Iglesia de Juan, no de Pedro, asegura, y el arma pertenece a Pedro, al que señala como «traidor al mensaje de Cristo». «Se cree que Pedro era un zelota, un radical» que, como Judas, «pudo ser miembro de un grupo de sionistas militantes llamado sicario, que literalmente significa «hijos de la daga». El artista, refiere Sierra, posiblemente «no veneraba santos ni consideraba que Jesús fuera otra cosa que un hombre de carne y hueso», por eso la ausencia de halos, y encarnó a Judas (segundo empezando por la derecha) «y cruza sus brazos en aspa mientras conversa con el apóstol Simeón ¡dándole la espalda a Jesús!, de modo deliberado. Así declaró su heterodoxia». El nudo del mantel es, en realidad, «la firma en jeroglífico de Leonardo da Vinci», afirma.

«Una de las razones que los expertos aducen para justificar por qué el número 13 es de mal agüero en la cultura occidental es porque en la cena que precedió al prendimiento, juicio y muerte de Jesús de Nazaret, fueron 13 los invitados al convite. Y el decimotercero, Judas Iscariote, fue quien le traicionó». Concluye: «Cuando conseguí el permiso en Milán para visitar el Cenacolo, lo comprendí todo… Nada de Eucaristía. Para los cátaros, lo que aquella noche instauró Jesús fue un sacramento mucho más fuerte y revolucionario. Su secreto había sido guardado en el único lugar donde nadie lo buscaría: a la vista de todo el mundo. Fue –no lo dudo ya- el acertijo más ingenioso que jamás pergeño el genio de Leonardo».

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