Los mitos históricos

Los mitos históricos

R. A. FONT BERNARD
Con la generosidad que le era característica, como crítico literario, el doctor Joaquín Balaguer dedicó un capítulo de su obra titulada «Los próceres Escritores», al general Gregorio Luperón. «Tuvo Luperón, entre otras cualidades que demuestran su sensibilidad poética, – afirmó el doctor Balaguer -, la intuición de la frase cargada de lirismo, y el sentimiento vivo de la naturaleza».Es obvio que al tributarle ese elogio al máximo héroe de la «Guerra de la Restauración», no ignoraba que la sensibilidad poética aludida por él, es prenda del prócer y mártir Manuel Rodríguez Objío, redactor de las obras registradas como de la autoría del soldado vencedor de Arroyo Bermejo, San Pedro y El Vigía.

Un ilustre contemporáneo del general Luperón, el historiador José Gabriel García, se refirió a las limitaciones culturales de éste, calificándole de «cacógrafo», no solo por las innumerables faltas ortográficas detectables en su correspondencia caligráfica, sino además, por el defectuoso uso de la llamada escritura procesal. Y señaló entre otros, los siguientes ejemplos: «Yo es sesado de escribirle»; «Mil espresiones a los amigos, y emparticular a Polinal de Castro (Apolinar de Castro), y etc.

Desde luego, esas limitaciones gramaticales no demeritan la fama del invicto restaurador, y antes bien le enaltecen, como un genuino producto creado por la pródiga cantera del pueblo dominicano.

Consta, por otra parte, que en las numerosas proclamas y demás documentos reproducidos en las «Notas autobiográficas y apuntes históricos», identificados con su firma, se identifican sin dificultad las plumas cultas del señor Hostos, de monseñor Meriño y del propio Manuel Rodríguez Objío. En las propias «Notas autobiográficas», nuestro padre reconocía la presencia de su hermano mayor, el presbítero Medardo Font Bernard, quien participó activamente en la patriótica aventura del vapor «El Telégrafo», y luego en los días del exilio en Haití, Puerto Rico y las islas Turcas.

Fue el general Luperón, sin dudas, el «hombre de genio inquieto y con un sentido clásico de la historia», al que hubo de referirse el doctor Balaguer. Pero en beneficio de la verdad histórica resulta hiperbólico calificarle como «un escritor cuyas frases tienen a veces una belleza superior a las de las frases artificialmente dispuestas y prolijamente bruñidas».

En semejante o parecida distorsión histórica podrían caer los historiadores del futuro que se abocasen a analizar los doce tomos de los «Discursos, Mensajes y Proclamas» atribuidos a Trujillo. Entre esos documentos los hay calificables para figurar en una antología de la oratoria dominicana.

Se sabe que en la redacción del «Manifiesto al Pueblo», del 24 de abril de 1930 («No hay peligro en seguirme», está presente la pluma del notable creador Arturo Logroño. Esto lo certifica el párrafo final, matizado con vocablos hechos a la medida del verbo florido de aquel notable orador político: «Aun cuando la suerte nos fuese adversa, no deseo que pueda decirse que desfallecimos en el camino. Las generaciones venideras, más severas en sus juicios que las que contemplan este transcendental momento histórico porque atravesamos, arrojarían sobre nuestro nombre la pesadumbre de su anatema, si encontrasen un día trunca en el templo de la historia la estatua que nosotros empezamos a modelar a golpes de resolución y de energía».

Todos los discursos dirigidos al magisterio nacional, relacionados con la educación pública, fueron escritos por don R. Emilio Jiménez, inclusive la «Cartilla Cívica para el pueblo dominicano». Otros notables redactores de los discursos leídos por Trujillo fueron Rafael Vidal, Víctor Garrido, Jacinto B. Peynado, Max Henríquez Ureña, Joaquín Balaguer, Francisco Prats Ramírez y Manuel A. Peña Battle. Redactado por éste fue el discurso leído por Trujillo al dejar inaugurada la XIII Conferencia Sanitaria Panamericana, el año 1950. En uno de los párrafos de ese memorable discurso, publicado luego bajo el título de «Evolución de la Democracia en Santo Domingo», está plenamente expresado el pensamiento político del ilustre autor de «La isla de la Tortuga». «La democracia actúa en razón de las necesidades y de las características de cada grupo impulsada y presidida por la objetiva conformación de una sociedad determinada. Democracia es función económica, religiosa, política, social, humana, en una palabra que se desenvuelve y actúa, de conformidad con la tradición, la historia, la etnología, y la geografía del grupo, siempre y cuando, desde luego, aquella función se oriente al perfeccionamiento de la colectividad».

En 1960 se editó, con una lujosa encuadernación, la obra titulada «Fundamentos y Política de un Régimen». Se tradujo a los idiomas inglés y francés, pero no llegó a circular por motivos nunca explicados. Su autor fue el periodista colombiano José Osorio Lizarazo, aunque firmada por Trujillo.

Consciente de que la hipérbole con que favoreció al general Luperón, acreditándole cualidades intelectuales que no poseía, el doctor Balaguer saldó su compromiso, como redactor de las palabras liminares del primer tomo de la Colección Trujillo de 1955, con el siguiente previsor eufemismo: «Los grandes discursos de Trujillo, como lo de todos los hombres de acción, son los que emanan de su propia vida. Sus ideas capitales, sus pensamientos más íntimos, brotan no de su pluma, sino del hecho concreto y de la expresión objetiva».

Como siempre, fue el doctor Balaguer ¡hilando para la historia!

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