Los movimientos sociales: Encuadre teórico (1)

Los movimientos sociales: Encuadre teórico (1)

POR CARLOS DORE CABRAL
En el estudio de los movimientos sociales contemporáneos, una de las primeras dificultades surge cuando se cuestiona si son realmente nuevos o si, por el contrario, devienen en una suerte de extensión o readecuación creativa de los movimientos sociales clásicos. De igual modo, las perspectivas teóricas que abordan la noción del sujeto, su constitución y su relación con el cambio social, forman parte del arsenal de preguntas sobre este tema.

De estas interrogantes se ocupan las notas que siguen, expuestas esquemáticamente, pues sólo tienen el propósito de provocar un diálogo más abierto y plural. La presencia en este evento del profesor Alain Touraine, situado en la cúspide de los analistas del fenómeno social en cuestión, justifica por partida doble el detenerse particularmente en sus enfoques. Las referencias a las propuestas de Alberto Melucci, Manuel Castells y Ernesto Laclau son necesarias para poder situarse respecto a los tres componentes —origen, sujetos e identidades— referidos anteriormente.

Si los nuevos movimientos sociales son una continuidad de los clásicos, resulta una inutilidad para Melucci, quien prefiere fijar su atención en la diversidad de actores intervinientes en la arena pública, así como en la multiplicidad de demandas que levantan. Para el autor, esas circunstancias impiden explicar los movimientos sociales contemporáneos con las herramientas analíticas que sirvieron para dar cuenta de los surgidos en la sociedad industrial del siglo pasado.

Una lectura posible de Melucci convoca a interpretar que la interacción actor-demandas construye un sentido que, empezando por el de pertenencia, pasa por la creación de mecanismos de solidaridad; así como de resistencia a una lógica de dominación, no ya en la fábrica, taller o cualquier espacio del trabajo productivo, sino en el grisáceo mundo cotidiano de los actores sociales que en su mayoría pertenecen al sector de los “inexplotables”, es decir, ubicados fuera de la lógica de funcionamiento capital-trabajo.

Sobra insistir en la recomposición del sistema capitalista de este tiempo, el proceso de trabajo y la división técnica y social del mismo. Pero es el telón de fondo que le sirve al autor para suponer a los movimientos sociales contemporáneos como redes de solidaridad que visibilizan un determinado tipo de conflicto con un significado cultural.

Las demandas colectivamente levantadas no adquieren la forma política porque el referente del poder se ha transmutado en impersonal en el capitalismo post industrial. De este modo, la lucha por apropiarse o reapropiarse del significado es lo que se considera la característica más sobresaliente de los movimientos sociales, y, por tanto, el mensaje importa más que el aparato. No es el tipo de organización que se adopte, es el discurso que saca a flote los conflictos, nombra, impugna, articula y crea identidad. Sin embargo, para otros, establecer los nexos entre los movimientos sociales de antaño y los actuales se convierte en una necesidad teórica por sus consecuencias políticas. Establecer la distinción no resulta inocente ni es inútil; todo lo contrario, forma parte de un diálogo entre las ciencias sociales y la acción política.

 Dicho de manera esquemática, para Touraine, el movimiento obrero representaba en la sociedad industrial la asunción de la centralidad del conflicto social, en tanto que en la sociedad post industrial esta posición la asumen los movimientos sociales. Mientras que el primero reivindicaba derechos contra el peso y la inmovilidad del orden, los segundos requieren “[…] el ser, la autonomía de su experiencia y su expresión, y su capacidad de administrar y controlar los cambios que le afectan” (1977; 1981).

Aunque en sus primeras aproximaciones ubicó al agente social de clase como una condición para la existencia del movimiento social, posteriormente lo reinterpretó de manera diferente, considerando como esenciales: a) la pertenencia a una colectividad, b) la existencia de un adversario, y, c) un proyecto propio, cohesionador y vinculado a los conflictos generales y centrales de la sociedad. Para él, algunos de esos movimientos en los países capitalistas centrales desarrollaban su narrativa en ámbitos distintos a los del trabajo y el consumo. Es el caso del movimiento ecologista, al que estudió detenidamente. Sus demandas son culturales, no sociales ni políticas.

Explica la afirmación anterior por el fenómeno de la globalización, entendido como una fase del capitalismo donde lo económico se ha separado de lo social, desintegrando las instituciones. En consecuencia, se arriba a la desaparición de lo social, lo que implica, por demás, la necesidad de un nuevo paradigma que explique el mundo actual. En este aspecto, entiende que la tradición sociológica de las últimas décadas comete el pecado de enfatizar los indicadores funcionalistas en su estudio de la sociedad.

Cuando lo social desaparece se pierden las referencias y el individuo sólo puede encontrarlas mirándose a sí mismo. En la cotidianidad, la experiencia cede el paso al ser, es decir, a su existencia. Pero esa mirada del sujeto hacia sí mismo no es un acto reflexivo sino acción social, por consiguiente, colectiva, donde las experiencias individuales se convierten en apelaciones y prácticas políticas, sociales y morales.

Pero ese proceso globalizador pretende una cultura única, estandarizada, que convierta a los ciudadanos en consumidores, y, por lo tanto, sus problemas son más culturales que sociales. Sin embargo, no todo está perdido. La reconstrucción de identidades opera como construcción de sentido, no como un acto voluntarista, sino como resultado de visualizar un objetivo integrador que opera en torno al conflicto.

Con lo anterior se entiende que para Touraine lo destacable es que el movimiento social se erige como el actor de un conflicto cuya meta apunta a la dirección de la historicidad, entendida como la producción de orientaciones normativas. Esas normativas de la vida social se construyen a través del conflicto y no como resultado o adscripción de los valores institucionalizados, a la manera de Talcott Parson. De ese modo, los movimientos sociales posibilitan en su accionar que se revelen las opacidades de las relaciones sociales, así como también de las instituciones y las formas de organización social.

 En el caso de América Latina, Touraine supuso que la subordinación de los actores sociales a la dinámica estatal y la cultura política limitaban su accionar autónomo, concluyendo que era un continente de actores sin acción. Evidentemente se equivocó. Los recientes acontecimientos en Bolivia, Perú, Ecuador o México inducen a repensar desde América Latina su propuesta.

 En una región del planeta donde el proyecto civilizador que anunció la modernidad está muy lejos de acercarse al mínimo conseguido en los países capitalistas centrales, donde se concentra el mayor índice de desigualdad y los sistemas políticos se subordinan a poderes que no controlan ni los Estados ni los ciudadanos, y con un modelo de democracia de baja participación, resulta evidente la vigencia de la lucha por los derechos sociales y políticos. En esa relación dinámica entre lo global y lo local, los derechos culturales perviven con los sociales y políticos. Sólo cambia el sujeto, que esta vez se redimensiona, multiplica y constituye en un “nosotros”. En este sentido, lo que está pasando en el sub-continente latinoamericano resulta más adecuado leerlo con los anteojos de J. Habermas, para quien la amenaza a las identidades colectivas bien enraizadas es la fuerza impulsora de los movimientos sociales.

Otro estudioso importante es Manuel Castells. Al igual que los anteriormente citados, supone que una crisis de legitimidad vacía de significado y funciones a las instituciones de la era industrial. El Estado-Nación pierde soberanía y, aunque sigue existiendo, tiende a formar parte de una red de poder más amplia. En su propuesta de “sociedad red” aborda el problema del sujeto y la identidad, suponiendo que el primero es el actor social colectivo donde las individualidades logran un sentido holístico de su existencia. En la sociedad red, la construcción de identidad que le es consustancial induce a nuevas formas de cambio social. Esa identidad es un proceso de construcción de sentido que prioriza el o los atributos culturales sobre los demás.

Comparte con los principios de identidad, adversario y visión que sirven para catalogar a los movimientos sociales y entiende que los mismos pueden ser socialmente conservadores, revolucionarios, ambas cosas, o ninguna a la vez. De hecho, a partir de ese presupuesto se despoja de toda consideración moral para analizar los movimientos sociales y constata como tales a unos tan distanciados en su origen, fines y medios, como los zapatistas y Al Qaeda.

Por otra vía, Castells advierte sobre la desintegración de lo social (mecanismos de control, representación política, entornos socioculturales, etcétera) que vacía de contenidos funcionales las instituciones de la sociedad industrial. Por supuesto, por ese camino, mantener presente el nodo clasista del conflicto no lo conduce a reconocer un sujeto preconstituido, sino identidades que suelen pasar de la resistencia a la constitución de proyectos societales y que “[…] surgen desde las profundidades de las formas sociales históricamente agotadas, pero que afectan decisivamente, en una pauta compleja, a la sociedad que se está creando” ( 2003).

En el caso de Ernesto Laclau, se intenta una explicación de los movimientos sociales negando que sean intrínsicamente marginales, ni tampoco sustitutos de los trabajadores política y económicamente integrados al modo de funcionamiento del capitalismo. Niega también que sean intrínsicamente progresivos. Para él, lo que importa es su significado político. Su acción contestataria tendrá trascendencia en la medida en que se articule con otras fuerzas y actores sociales en la creación de una cultura contrahegemónica. Lo social es la arena donde los sujetos se constituyen alrededor del discurso, a partir de su diferenciación y articulación. Coincide con los autores anteriores en despojar toda carga teleológica al análisis del capitalismo y de los sujetos.

Como todo buen gramsciano, para él la posición del agente en las relaciones de producción no determina mecánicamente la adscripción de un proyecto societal que trascienda al sistema capitalista. Pero, al mismo tiempo, reconoce que en la actualidad son más profundas las dislocaciones inherentes a las relaciones sociales, obligando a repensar lo social con nuevas categorías. El sujeto con vocación de convertirse en agente de cambio social prefiere reencontrarlo en la categoría pueblo. Para ello se precisan nuevos abordajes que permitan entender las demandas sociales, sus articulaciones y “[…] la naturaleza de las entidades colectivas que resulten de ellas” (2005).

Este paso excesivamente esquemático en que obviamente se corre el riesgo de cometer errores de juicios y valoraciones, se hizo con la finalidad de situar rasgos generales importantes para el debate en un espacio donde lo académico no predomina sobre lo político. Si se quiere, lo uso como licencia que permita distinguir las diferencias en las características que puntualmente esbozaré como las más relevantes para definir a los movimientos sociales contemporáneos. Esas características serán muy útiles al momento de abordar el tema de los movimientos sociales en la República Dominicana, que será en la próxima entrega.

Este articulo es un resumen de la primera parte de la ponenecia presentada en el IV Encuentro de Biarritz sobre “Movimientos Partidos y Gobernabilidad en America Latina, celebrado en Sao Paolo, los dias 1 y 2 de junio de 2006.

Referencias bibliográficas

Castells, Manuel. El poder de la identidad. Volumen II. Alianza Editorial. 2003.

Laclau, Ernesto. La razón populista. Fondo de Cultura Económica. 2005. Melucci, Alberto. “Las teorías de los movimientos sociales”. Cuadernos de Ciencias Sociales, San José: flacso, Número 17. Rojo, Raúl. “Alain Touraine: un nuevo paradigma o el fin del discurso social sobre la realidad social”. Sociologías, Porto Alegre, v. 7, n. 14, p. 510-519, 2005. Savage, Stephen. Las teorías de Talcot Parsons: Las relaciones sociales de la acción. McGraw – Hill Interamericana Editores. México, D.F.

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