Los muertos cuentan sus historias

Los muertos cuentan sus historias

SERGIO SARITA VALDEZ
La vida en sociedad genera un extenso y complejo laberinto de interconexiones que atan a los seres humanos con nuestra flora, fauna, aire, ríos, mares y océanos. Aunque hiciéramos el esfuerzo máximo nos resultaría imposible vivir aislados de los demás. Eso es una verdad de Perogrullo.

Lo que mucha gente no consigue darse cuenta es que el bienestar y la longevidad que algunos disfrutan hoy en día son el resultado de los aportes que los muertos han venido haciendo durante siglos a la humanidad.

¿Cómo es posible que un simple cadáver done una importante cuota en provecho de la felicidad y supervivencia de los vivos? Gran parte de los conocimientos y avances en las ciencias médicas han surgido del estudio post mortem de las personas. La cirugía, por ejemplo, tiene como base el dominio de la anatomía y ésta última le debe todo a los cientos de miles de disecciones practicadas desde antaño en individuos que han fallecido. Las enfermedades representan entidades patológicas, cuyas alteraciones fisiológicas son el producto de un daño estructural, el cual a través del estudio macroscópico y microscópico de los órganos afectados nos lo muestra el cadáver.

Más fascinante aún resultan los incalculables aportes que nos proveen los difuntos cuando investigamos las muertes repentinas y los fallecimientos violentos. Incapaces de mentir, esos seres inanimados nos ofrecen sus verdades desnudas, escritas en un lenguaje que los expertos médico-forenses están en el deber de descifrar y traducir de manera fiel al resto de la población. Cada fallecido narra su historia cronológica acerca de la cadena de eventos que de un modo secuencial condujeron al triste y quizás trágico final.

El perito médico forense realiza una labor muy parecida a la que ejecutaría un técnico a quien se le pidiera proyectar una película al revés, es decir, comenzando por el final de la misma y moviéndose paulatinamente hacia el inicio, para luego presentarla al público completa desde la introducción hasta el epílogo. Pongamos el ejemplo de alguien que hace un paro cardio-respiratorio. La interrupción de los latidos cardiacos y de los movimientos respiratorios representa el final de la vida de un animal o persona. El paro del corazón viene a ser el efecto de un trastorno que le precede, el cual pudiera tratarse de una arritmia cardiaca a consecuencia de un infarto de miocardio, provocado por la oclusión de una arteria coronaria. La arteriosclerosis coronaria sería el resultado de una hipercolesterinemia.

En el ejemplo arriba expuesto el fenecido nos explica que su padecimiento de base era un defecto metabólico hereditario agravado por una dieta inapropiada, acompañada de un estilo de vida sedentario, cargado de estrés, unido al abuso del tabaco y de una ingesta excesiva de grasa animal y abundantes carbohidratos.

La historia trágica nos la podría contar una tierna adolescente que sale a la calle con su padre durante las festividades de fin de año y que súbitamente cae al suelo sin que su progenitor sospeche la razón de la inesperada caída. Al notar el papá que la niña sangra de la cabeza decide llevarla a un centro de salud en donde le informan que la inocente ha sido víctima de una bala perdida que le ha penetrado el cráneo provocando su muerte inmediata.

Otra historia con un desenlace fatal nos la relataría una pobre madre con siete meses de embarazo gemelar, quien de buenas a primeras se queja de cefalea intensa, seguida por convulsiones. Rápidamente es llevada a la emergencia de un hospital, en donde le chequean la presión arterial y la encuentran muy alta. Los facultativos consideran que la paciente sufre de eclampsia e inician el tratamiento de lugar. Muy a pesar de todos los esfuerzos, la infortunada entra en un paro cardíaco irreversible. La autopsia llevada a cabo en la occisa muestra un sangrado intracraneal denominado hematoma subdural crónico, producto de un golpe recibido por la señora, semanas antes del colapso fatal.

En el Instituto Nacional de Patología los difuntos nos contaron más de 1,550 historias de muerte en el año 2007, entre las cuales se identificaron cerca de 850 casos de homicidios, 160 muertes accidentales, 70 suicidios, más de 460 muertes naturales y otras violentas no clasificadas. Muchos de esos fallecimientos sucedieron en personas jóvenes, especialmente los homicidios, decesos accidentales y los suicidios, con más de un 90% de ellos evitables.

Esos difuntos nos dicen que si a ellos se les hubiese educado y orientado hasta convertirlos en ciudadanos patriotas, honestos y capacitados, a los que se les crearan las condiciones para encontrar un empleo bien remunerado, suficiente para vivir dignamente en familia, entonces posiblemente no hubiesen caído en medio de una vorágine de violencia social, vicios y males asociados con la pobreza, las drogas y el comportamiento antisocial.

Más de 26,500 muertos han hablado desde que se creó el Instituto Nacional de Patología Forense en 1989. Sin embargo, nadie ha querido oírlo, siendo por eso que hoy estamos condenados a repetir los mismos errores que estas víctimas experimentaron durante sus vidas. Ellos han contado en voz alta sus historias, lamentable es reconocer que se la han relatado a un auditorio completamente sordo.

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