Los muertos también hablan

Los muertos también hablan

SERGIO SARITA VALDEZ
Vivir sesenta años habiendo tenido la dicha de dejar bajo constancia escrita las memorias de un serio y extenso trabajo como antropólogo forense le correspondió en exclusiva al afamado investigador norteamericano William R. Maples, quien en colaboración con el periodista Michael Browning escribió el libro Dead Men Do Tell Tales. Se trata de una narrativa que recoge una selecta casuística de muertes investigadas desde una óptica limitada al estudio de la osamenta. Llama poderosamente la atención el formato literario utilizado por los autores, lo entretenido de la lógica analítica, las reflexiones filosóficas derivadas, así como las conclusiones éticas y morales que se deducen del trabajo.

Nos dice William: «Yo nací en Dallas, estado de Texas, el 7 de agosto de 1937. Mi padre era un banquero que murió de cáncer a los cuarenta años, cuando yo sólo tenía once. Era un hombre de moral muy estricta y daba mucha importancia a la educación. Me crié en una casa llena de libros y de revistas… El diccionario era uno de los libros más usados de nuestra biblioteca, y para mí leer era casi tan natural como respirar. Nueve meses antes de la muerte de mi padre yo ya sabía que no se iba a recuperar, que el final era inevitable. Aquello me produjo mucho dolor; pero, en sus últimos días, mi padre dijo una cosa que me llenó de orgullo. Estaba dándole unas últimas instrucciones a mi madre. Le pidió que hiciera todo lo posible porque mi hermano, que era un excelente atleta, fuese a la universidad. A mí no me mencionó. ¿Y qué hacemos con Bill?  le preguntó mi madre. -No te preocupes por él. Se las arreglará,  respondió mi padre; y su fe postrera en mí me ha alentado durante toda la vida».

Con relación al fenómeno de la muerte acota Maples: «He mirado a la muerte a la cara en innumerables ocasiones, y he sido testigo de todas sus macabras manifestaciones. La muerte no puede helarme el corazón, crisparme los nervios ni afectar a mi razonamiento. Para mí la muerte no es un terror nocturno sino un compañero de día, una situación familiar, un proceso que obedece a leyes científicas y que puede ser sometido a investigaciones especializadas» en el pasado, bajo el antiguo sistema forense, los inocentes morían sin ser vengados y los malhechores quedaban sin castigo porque a los investigadores les faltaban agallas, los conocimientos, la experiencia y la perseverancia necesarias para meter las manos entre los restos putrefactos de algún crimen espantoso, hurgar entre los huesos y agarrar el puro y reluciente fragmento de verdad que se escondía en el centro del asunto. La verdad se puede descubrir. La verdad quiere que la descubran. Yo no busco muertos famosos para rendirles homenaje o aprovecharme de su fama. A mí, el esqueleto humano sin nombre ni carne me basta para maravillarme».

Visitando un camposanto llamó la atención del antropólogo citado la siguiente inscripción lapidaria: Del mismo modo que las flores son más hermosas gracias al sol y al rocío, así también este mundo es más brillante gracias a la gente como tú. A continuación reflexionó Maples: «En aquel momento, en un cementerio de Dallas, se me ocurrió que todas las personas, desde el más depravado asesino en serie hasta el más inocente angelito, pueden ser amadas por otra persona cuando están vivas. Tanto las víctimas como los asesinos son seres humanos. Quizás hayan seguido sus caminos involuntariamente o por su propia voluntad, pero esos caminos los condujeron igualmente hacia la muerte. Todas esas personas exigen y merecen un análisis desapasionado y meticuloso por parte de investigadores como yo. No debemos olvidar que lo que hacemos no es sólo para los tribunales o para el público en general. Lo que vemos sobre la mesa tenemos que comunicárselo a las familias de las víctimas y a los parientes de los asesinos. No tuve una educación religiosa, pero sí un conjunto de valores morales muy estrictos. Las mentiras y la pereza me repugnan más que el más putrefacto de los cadáveres. Aunque he visto maldades atroces y sus efectos, nunca me he dejado intimidar por ellas ni me he sentido atraído por los sórdidos caminos que conducen al mal».

Después de un nutritivo y suculento plato cargado de relatos inusuales y casi increíbles, William R. Maples transcribe la nota final del explorador inglés Robert Falcon Scott antes de morir de hambre y frío: Hemos vivido, me gustaría tener una historia que contar sobre la fortaleza, resistencia y valor de mis compañeros que removería el corazón de todos los ingleses. Estas torpes notas y nuestros cuerpos muertos contarán la historia…

Finaliza William su libro diciendo: «Eso es lo pienso de los esqueletos de mi laboratorio. Tienen historias que contarnos, aunque estén muertos. Depende de mí, el antropólogo forense, captar sus mudos gritos y susurros, e interpretarlos para que los entiendan los vivos, en la  medida de mis posibilidades».

Publicaciones Relacionadas