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El muralismo existe desde los tiempos prehistóricos, florece en distintas épocas, se desestima en otras, pero siempre recobra importancia.
Esta afirmación tiene un alcance universal en el espacio y en el tiempo: hoy, aunque no todos estén de acuerdo con el “Street-art” (o arte de la calle), la pintura –formal e informal- invade fachadas y paredes, valorada hasta en el mercado del arte…
En la República Dominicana sucede el mismo fenómeno, pero de manera más organizada, en la Capital y en provincias, interviniendo instituciones públicas, municipales a menudo, y celebrándose concursos.
En Santo Domingo, el Palacio de Bellas Artes, considerado uno de los más hermosos monumentos nacionales, es la sede de impresionantes pinturas murales: dos de José Vela Zanetti, calificadas como las más auténticas del magno artista español, una de José Ramírez Conde, la primera en su etapa profesional, y varias, hechas bajo la égida de Jaime Colson, singulares y “clamando” rescate por su abandono. Más allá de una revelación, es ya proyecto de una rehabilitación
Los murales de Vela Zanetti. Dos murales del famoso pintor burgalés -¡autor de 70 murales en la República Dominicana!- proponen e imponen su magnificencia, situados en los descansos de las simétricas escaleras que conducen al famoso Salón de la Cúpula, en la Galería Nacional de Bellas Artes. Están en buen estado de conservación.
Ambas obras de Vela Zanetti se consideran excepcionales entre sus murales dominicanos, no solo por su fuerza, su mensaje, su estética, sino porque el artista ha podido trabajar en ellos con plena libertad y desenvoltura. ¡La dictadura trujillista no se lo permitía en otros temas, ligados a la salud, la economía y la política!
Los protagonistas de los murales del Palacio de Bellas Artes, realizados en 1955 para la inauguración, transmiten una atmósfera espiritual, una impronta sobrenatural, y al mismo tiempo dinamismo y fortaleza física. La excelencia del dibujo se aprecia debajo de la pintura a la caseína, aplicada directamente sobre el muro.
En uno –no hay primero ni segundo, dominando ambos cada escalera lateral-, Vela Zanetti ha plasmado una alegoría de “Las Bellas Artes”, en el otro la visión mítica de “Apolo y las Musas”: conjuntamente con el mensaje y la ambientación, la anatomía poderosa de los cuerpos llama la atención.
“Las Artes” de José Ramírez Conde. La Escuela Nacional de Bellas Artes, que funcionaba en el Palacio de Bellas Artes, se aumentó, en 1962, de la Escuela de Pintura Mural, dirigida por Jaime Colson, dos veces “maestro”.
José Ramírez Conde, cuyo compromiso por el arte se acompañó de la militancia política de izquierda, era uno de sus alumnos más dotados y valorados. En 1969, el maestro le confió allí su primer gran mural, de pintura al fresco, dando así relevancia a la cafetería. En buen estado-, titulado real y simbólicamente “Las Bellas Artes”, ha conservado su lugar, pero la otrora cafetería es hoy la Sala de Conferencias.
Su horizontalidad es impresionante, estructurada y ritmada en cuatro partes, ilustrando música, danza y teatro, pintura, escultura. Bellísimas figuras –jóvenes cuerpos femeninos y masculinos se suceden y diseñan planos. El colorido, casi monocromático, austero pero luminoso, destaca las formas y su volumetría, ya estilizadas.
Es un verdadero homenaje a Jaime Colson. Al lado de su firma, Ramírez Conde, o ”Condecito” para los allegados, dedica la obra, con respeto, “al profesor Jaime Colson”.
El Taller Jaime Colson. El “profesor Jaime Colson” concedía un valor especial a los murales realizados al fresco, y era una técnica que él dominaba particularmente. Aparte de la dirección de la escuela de Pintura Mural, él enseñaba con devoción y entusiasmo. Así fue como dio clases a un grupo de estudiantes de término, ya artistas emergentes, y les instaló en la azotea del Palacio de Bellas Artes.
Esa área, techada y sin uso, se convirtió en un taller, portador de pinturas murales… que luego se despreciaron cuando la Escuela se mudó del Palacio de Bellas Artes. Parece casi increíble que hayan sido abandonadas estas obras, prácticamente terminadas, y que, medio siglo después, han subsistido.
Se nota la buena enseñanza y su buen aprovechamiento por buenos discípulos, ya que sobrevivieron, siendo la sala lugar de ejercicios y vertedero de papeles administrativos. Relativamente, hubo poco vandalismo, algunos grafitis y desprendimientos de la capa pictórica: ¡esto también prueba la falta generalizada de interés!
Ahora bien, en todo el entorno, vemos un deterioro grave, con cemento al desnudo, y el tiempo ha borrado parte de los trabajos. Un procedimiento de restauración y conservación se impone.
El director general de Bellas Artes, Mario Lebrón, lo considera prioritario y ha encargado a don Julio Llort, experto maestro restaurador, hacer un diagnóstico de la dramática situación. Es el inicio de un proyecto que culminará en la apertura de una sala de murales, en memoria de Jaime Colson.
Los autores de los frescos, muy jóvenes entonces, son hoy maestros, y, con emoción, se pudo identificar, entre ellos, pinturas murales de Amable Sterling, Freddy Javier, Lepe (Leopoldo Pérez), Juan Medina, Cándido Bidó.
No falta la obra cumbre, que es del profesor Jaime Colson, entregando el ejemplo mayor…
Aparentemente, su mural fue una primera versión del óleo magistral los “Héroes de la Calle Espaillat”, de las muy pocas obras políticas del artista y la única referida a la actualidad dominicana. Expresa la mística de la lucha con rostros iluminados y angustiados, un homenaje a los estudiantes víctimas de la represión del 20 de octubre de 1961. A menos que haya sido la transferencia y el procedimiento inverso. (continuará).