Lo ideal es un mundo donde no haya fronteras ni muros que las marquen y defiendan, sino muchos puentes o espacios francos. Donde la justicia y el respeto a la dignidad humana reine en cada nación y en el orden internacional. Donde nadie sienta la necesidad, a veces desesperada, de marchar a otras naciones por cualquier vía.
Pero mientras llegamos a ese estadio superior de la humanidad, en determinados contextos, los muros serán necesarios.
Desde hace miles de años se construyen obedeciendo a diversos motivos, casi todos relacionados con un instinto de defensa, de supervivencia, íntimamente relacionado con los impulsos de delimitación territorial.
Cómo toda obra humana, los muros también son destruidos o terminan siendo reliquias del pasado. Con el sueño de un mundo global, unificado por los mercados, se proyectó la peligrosa ilusión del fin de las fronteras. Eso fue convertido en un mantra ideológico que millones repetían mientras oían extasiados Imagine. En ese contexto de ensueños, la caída del Muro de Berlín se convirtió en su símbolo más poderoso.
Algunos argumentan que es un sinsentido construir muros, porque a la postre siempre serán derribados o burlados. Obvian también que en el espacio- tiempo para el que son concebidos, si bien son falibles funcionan previniendo problemas mayores.
En el presente, los graves conflictos y desórdenes migratorios desencadenados por el orden global neoliberal, con su secuela de estados fallidos o desestabilizados, han provocado que vuelvan a construirse muros, de proporciones quizás mayores que nunca antes. En ciertos casos, después de cruentas guerras. En muchos otros, para prevenir actividades criminales o terroristas. Actualmente, en Europa los muros se erigen para contener migración ilegal.
Pero sería un error creer que la construcción de muros necesariamente implica cortar los flujos transfronterizos. Hace años, un grupo de diputados estuvimos en Arizona viendo el muro levantado durante la administración Clinton. En el paso fronterizo de Nogales, miles de vehículos y personas circulan por la frontera todos los días. Después, vimos lo mismo en la frontera vallada entre Israel y Jordania.
Mientras existan estados existirán fronteras y la necesidad de protegerlas efectivamente. Una frontera ordenada ayuda a la buena convivencia, en especial, si hay resabios históricos o grandes desequilibrios. Siempre será mejor un muro físico tecnológico con pasos de control, que uno hecho de miedo y sangre; o un colador que termine por dañar la convivencia entre los pueblos.
Robert Frost sentenció: “Las buenas cercas hacen buenos vecinos”. Esa verdad aterrizada-rara en labios de un poeta- aplica también entre naciones.
Con la decisión de Donald Trump de completar el Muro entre EUA con Méjico, también sabemos que los mismos no sólo delimitan espacios nacionales, sino tiempos históricos.