Los nacionalismos exacerbados

Los nacionalismos exacerbados

MIGUEL RAMÓN BONA RIVERA
En Europa, y a raíz del fenómeno de la Revolución Francesa, la toma del poder político por las respectivas burguesías nacionales despertaría un fuerte sentimiento nacionalista.

Este proceso tiene su punto culminante alrededor de 1870, con la unificación definitiva de Alemania y de Italia. A partir de la unidad política interna de estos nuevos Estados-nación, se va a producir en ellos un vertiginoso desarrollo económico que tendrá, entres otras cosas, consecuencias bélicas muy dramáticas en el siglo veinte, con las dos conflagraciones mundiales.

Las ideas nacionalistas se extreman y exacerban en Alemania e Italia, no bien terminada la primera guerra mundial, con el surgimiento del fascismo y el nazismo.

Al principio no son más que ideas de hondo sentimiento patrio, de enaltecimiento de la grandeza nacional, de exaltación de los valores culturales e históricos; de todo aquello, en fin, que acrecienta en el alma de los individuos y de las masas el orgullo por su estirpe. Pero luego se magnificarán los extremismos hasta desembocar en la segunda gran conflagración y en el Holocausto.

En América Latina, el eco de las ideologías nacionalistas que llegan desde Europa va produciendo un cierto grado de contagio e influencia. Desde las primeras décadas del siglo, en algunos círculos de la intelectualidad dominicana se fue desarrollando una cierta corriente germanófila, habida cuenta de los fuertes lazos comerciales que vinculaban a nuestro país con Alemania.

Tras la ocupación norteamericana de 1916 las ideas nacionalistas en nuestro país se tornan en acción militante. Surgen las Juntas Nacionalistas para reclamar el retorno de la soberanía, y finalmente tras la salida del gobierno militar de ocupación estas juntas confluyen en 1924 a la formación del Partido Nacionalista. El planteamiento central de los nacionalistas era la necesidad de construir un Estado nacional fuerte.

El licenciado Fernando Infante, en su enjundioso artículo publicado en estas mismas páginas el pasado 2 de febrero bajo el titulo de «Trujillo y los nacionalistas», nos da cuenta de la pléyade de intelectuales y pensadores políticos que engrosaron las membresías tanto de las Juntas Nacionalistas como del mismo Partido Nacionalista, muchos de los cuales pasarían después a cerrar filas en el régimen de Trujillo.

Luego de la desocupación norteamericana, el viejo problema fronterizo con Haití volvió a colocarse en agenda nacional. En 1924 se iniciaron nuevas conversaciones para concertar un protocolo de arbitraje que determinara definitivamente la línea divisoria entre los dos países. La República Dominicana propuso que el diferendo se sometiera al juicio de Su Santidad el Papa, para que arbitrara una solución satisfactoria a los dos países. Haití respondió con el empleo de tácticas dilatorias y políticas evasivas. Mientras tanto, los conflictos fronterizos se multiplicaban con las incursiones sistemáticas de depredadores haitianos que cruzaban la frontera al amparo de la noche para cometer sus tropelías.

En 1929 se modificó la Constitución dominicana en su artículo tercero, que señalaba que nuestros límites fronterizos eran los mismos establecidos en el tratado de Aranjuez de 1777. Esta reforma constitucional permitió negociar un tratado fronterizo con Haití, en el cual se cedían algunos territorios situados al este de la línea de Aranjuez, que aunque en derecho nos pertenecían, en los hechos estaban ocupados por Haití. De esta forma, el 21 de enero de 1929 se firmó un tratado definitivo de la frontera y se nombraron las misiones técnicas que habrían de realizar el trazado físico de la línea fronteriza. La comisión dominicana estaría presidida por el licenciado Manuel Arturo Peña Batlle, e integrada por los ingenieros Manuel Gautier y Miguel Cocco.

En 1930 ascendió al poder Rafael L. Trujillo, y desde el primer momento fijó su atención en el problema fronterizo, que seguía latente, puesto que los comisionados haitianos persistían en interponer inconvenientes para el rápido y definitivo trazado de la demarcación fronteriza. En su primer mensaje al congreso, el 27 de febrero de 1931, Trujillo manifestaba su preocupación por la lentitud en el avance de los trabajos, y en su mensaje al congreso del 27 de febrero de 1932, Trujillo se quejaba de que el gobierno haitiano había suspendido unilateralmente dichos trabajos.

En noviembre de 1934 Trujillo realiza una visita a Puerto Príncipe para tratar la cuestión fronteriza, y en febrero de 1935 el presidente haitiano Sténio Vincent visitó la República Dominicana para la firma de un nuevo acuerdo que solucionó las dificultades del tratado fronterizo de 1929. Se conmemora el setenta aniversario de ese acontecimiento.

Todavía para 1936 se hicieron nuevas rectificaciones al trazado fronterizo que favorecieron a la parte haitiana, todo ello en aras de zanjar las diferencias y poner fin al conflicto. En marzo de ese año, Trujillo viaja nueva vez a Puerto Príncipe para la firma del tratado definitivo sobre la línea fronteriza.

Pero las incursiones haitianas en territorio dominicano prosiguieron su agitado curso. Robo y descuartizamiento de ganado, maroteo de cosechas, desmontes y quema, violación de propiedades, delitos de sangre, estupros, y hasta profanación de cadáveres con fines de brujería, formaban parte del extenso catálogo de tropelías que cometían a diario los merodeadores haitianos. La línea de demarcación fronteriza en la práctica había nacido muerta.

El 17 de octubre de 1936, en la inauguración del puente Juan Sánchez Ramírez, sobre el río Chavón, el arzobispo Adolfo Alejandro Nouel, que se había destacado por sus críticas a la ocupación militar norteamericana, le hizo entrega a Trujillo de la espada del general Pedro Santana, y al ponerla en sus manos le dijo estas palabras: «¡Salve, padre de la Patria!, conservad esta espada para que mañana, si es necesario –y Dios no lo quiera– podáis defender la patria que nos legaron nuestros progenitores».

La situación en la frontera continuó agravándose, mientras círculos intelectuales y nacionalistas exigían a Trujillo que le diera una solución final a la cuestión haitiana.

En octubre de 1937 la crisis llegó a su punto culminante. Tropas del ejército dominicano fueron concentradas en la frontera norte, y con el apoyo de los campesinos locales produjeron una barrida contra los nacionales haitianos que se encontraban de este lado de la frontera. En total fueron muertos entre tres mil y cinco mil haitianos, sin distinción de sexo ni edad. Ello produjo un grave conflicto internacional, pero las incursiones haitianas en el territorio dominicano no volvieron a ocurrir.

En la Europa de la época, mientras tanto, los nacionalismos extremos producían en las grandes masas de obreros, estudiantes e intelectuales de Alemania e Italia una fascinación alucinante al embrujo de las consignas y discursos de Hitler y Mussolini.

Ocho años más tarde, el presidente Truman ordenaría el lanzamiento de las bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, para poner con ello punto final al conflicto de la segunda guerra mundial.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas