Los negros son los otros

Los negros son los otros

Areito.- Trabajo de GRACIELA AZCARATE.

El domingo al mediodía tenía preparada la Historia de vida que escribí entre el viernes y el sábado al mediodía (2011). Trataba sobre el prejuicio racial no solo entre haitianos y dominicanos, sino ese prejuicio planetario donde desposeídos, negros, indios, gitanos, asiáticos, viejos, niños, mujeres, inmigrantes son discriminados, violados y asesinados nada más que por ser depositarios de esa sombra del otro. Lo oscuro y lo que aborrezco en mi, proyectado como una piedra en la vida de los otros.

Pero me equivoqué porque Pascual, un animoso y creativo lector interactivo me respondió que ahora la esclavitud universal fructifica con la globalización y el neoliberalismo.
La historia era un minucioso relato de mi regreso a Buenos Aires del 12 al 19 de junio de 2011, los últimos días de mi estadía, la visita por distintas boutiques y peleterías donde los vendedores nos preguntaban a mí y a mi hijo Juan Miguel de dónde veníamos y cual era nuestra nacionalidad admirados de lo lindo que hablábamos, lo educados y gentiles en pedir las mercaderías, los documentos o los trámites.

Cuando Juanito sin titubear les dijo que era dominicano ( no se le ocurrió decir que es hijo de argentinos y ciudadano costarricense) y yo referí que era argentina, que estaba de paso, que hacía 30 años que vivía en una isla de mulatos y negros y que estaba urgida por terminar mis trámites para largarme lo más rápido posible de Argentina ( eso no lo dije pero lo pensé), asombrados dijeron no comprender porque para ellos los dominicanos son “unos negros de mierda, escoria de la peor especie; ellos, traficantes de drogas y ellas, unas putas vocingleras, unas gordas culonas con una hilera de negritos atrás, que se ganan el mango (dinero) prostituyéndose en las esquinas”.

Eso dijo una vendedora. La miré y me atraganté. Tentada estuve de ponerle un espejo para que viera que sus rasgos, su pelo duro y teñido de rubio, esa marca de identidad, en la mayoría de la población urbana en Buenos Aires de marginales, lúmpenes de villa, “una china de rancho” eso era la vendedora de zapatos que tan despreciativa hablaba de los dominicanos.

De Buenos Aires traje varios libros. Entre ellos una biografía de Francisco Franco escrita por el historiador inglés Paul Preston, la vida y muerte del sindicalista José Ignacio Rucci, una historia de las familias inmigrantes a la Argentina, una novela terrible de Doris Lessing titulada “El quinto hijo” y una biografía de la abogada republicana Victoria Kent.

Libros que de manera intermitente y desordenada he ido leyendo entre el regreso de Buenos Aires, el viaje a La Habana y la vida cotidiana.

Imagino que estaba influenciada por la agobiante realidad de aquí, no solo por las lecturas sino por el secuestro y muerte de Candela Rodriguez, una nena de 11 anos a la que quebraron el cuello y desfiguraron el rostro en Buenos Aires. Fue sacrificada por sus padres delincuentes menores, villeros, narcotraficantes y piratas del asfalto; imagino que la violación y muerte de las dos catedráticas francesas en Salta me mantuvo en vilo y me recordó el clima de agobio y sofocación que viví en Argentina.

En el momento que releía la historia, ponía notas y fuentes, después de haber leído la prensa internacional llegó un correo electrónico de una revista digital de Montevideo. Me advertían que eran escenas duras y violentas. Tres o cuatro militares uruguayos de Minustash sodomizan a un joven haitiano de 18 años. A las carcajadas contra la pared lo violan y entre carcajadas se graban entre sí como si sodomizar a un chiquillo negro fuera lo mismo que patear a un perro de la calle.
Fue tal la impresión, el estupor, el asco que no sé lo que me pasó, de pronto la pagina con la historia de vida desapareció y yo no supe o no quise recuperarla.

Sentí el mismo hartazgo que sentí en Buenos Aires con una sociedad y un clima canalla, el mismo encierro y baja vibración que sentí en La Habana. Sin aire, perpleja, apagué la computadora y dejé perdida la historia y sin cumplir con mi compromiso con los medios digitales en los que colaboro.


Saqué a pasear mis perros, caminé por ese mediodía de sol y calor del Caribe para darme un baño de transparencia y al regreso me encerré en mi cuarto a releer creo que por tercera vez una biografía de Victoria Kent escrita por un magistral historiador y periodista español llamado Miguel Ángel Villena que escribe esa biografía pensando en su abuela Teodora y en todas esas españolas republicanas que vivieron su vida como un imperativo moral a pesar del genocidio a que fueron sometidos por Franco, la guerra civil española y los cuarenta años de infamia del franquismo.


Invisibles, sodomizados, apaleados, discriminados, encarcelados, perseguidos…no importa si son dominicanos, haitianos, o chiquillas pobres en un barrio marginal del Oeste de Buenos Aires.
Me pasé el resto del domingo leyendo la vida de una española de excepción, una obra escrita bellamente por un periodista español nacido en 1956 que escribe a la memoria de su abuela Teodora.


“Nacida en 1895 en Utiel, un pueblo agrícola en el límite entre Valencia y Cuenca, mi abuela Teodora maldecía al general Franco cada vez que aparecía en televisión, escuchaba en silencio y con el puño en alto alguno de sus cansinos discursos, lloró de alegría el día que pudo ejercer de nuevo el derecho al voto.

Teodora Yagüe, pudo ver su ilusión de morir, en 1980, después del fallecimiento de un general que había ahogado en sangre los ideales de varias generaciones. Siempre dijo mi abuela que había aprendido más cosas buenas y malas, en la década de los treinta, que en el resto de su vida. Mujer de carácter fuerte, de armas tomar que tuvo que callar durante décadas y solo murmurar nombres como los de Victoria Kent a los oídos de los nietos para que perpetuaran su memoria. Mujeres como ellas no merecen el olvido. Por eso he escrito esta biografía.

Plácido, el alter ego de Victoria Kent en “Cuatro años en París”, reflexiona así en las paginas finales: “Yo quiero no olvidar todo lo que hoy sé. Que otros hagan la Historia y cuenten lo que quieran; lo que yo quiero es no olvidar, y como nuestra capacidad de olvido lo digiere todo, lo tritura todo, lo que hoy sé quiero sujetarlo en este papel”.

Santo Domingo, domingo 26 de agosto 2018.

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