Los nuevos inmigrantes

Los nuevos inmigrantes

ÁNGELA PEÑA
Por diferentes razones se han “aplatanado” en otras latitudes. Pero su corazón, sus pensamientos, viven en la República. La magia del ciberespacio, por suerte, les permite el contacto permanente para sus desahogos y nostalgias, para saciar el inagotable deseo de saber de los suyos y del destino de este pueblo que no olvidan. Están más cerca de todos y de todo que si vivieran en el país en donde el tiempo no alcanza para visitas ni intercambios personales.

Escriben y nos cuentan deslumbrados de los altos rascacielos, los veloces trenes o las inmensas catedrales. Hablan de lo que dejaron, preguntan si aun quedan en pie lugares y gente de sus cariños y recuerdos abandonados. Ni siquiera refieren sus éxitos.

En días pasados, el celebrado poeta Norberto James, que triunfa en Boston como escritor y académico, sufrió un inesperado mini infarto que interrumpió sus vacaciones y puso al tanto a sus amigos dominicanos de la indeseada ocurrencia, ilustrando con las fotos de su internamiento el mensaje de su recaída, como quien quiere agregar los detalles humanos que le impactan a la gente que considera su familia. Informarlo a los amigos fue como un deber, tan importante como hacerles saber que Pedrito, su hijo, seguirá sus pasos. Y en esa onda viven Manuel Mota Castillo, Miguel D. Mena, don Reginaldo Atanay, don Persio Asencio, Alanna Lockward, Martín López, Josefina de la Cruz y muchos otros cuyo espíritu late aquí aunque físicamente estén ausentes y lejanos. Mota Castillo indagaba la autoría de un poema y citando unas líneas, aseguraba escucharlo en un programa de radio del distinguido escritor y político don Tiberio Castellanos, quien también se marchó hace años, pero del que pocos tienen noticias. Sobre él escribió Miguel D. Mena:

“Querida Ángela, quería escribirte sobre Tiberio Castellanos, recordarlo, agradecerle de alguna manera. Podrá estar en Miami o en cualquier otro rincón del Caribe, con esa voz tan radial, tan años 60, tan develadora de tantos días de vinos y de rosas. La última vez que lo vi aún estaba en la Biblioteca Nacional, a finales de los 70. No sólo era el gran relacionador público de aquellos años, sino el alma de tertulias, conversaciones, estímulos a la lectura, al viaje, al asombro. Su estatura se nos ha olvidado. Anda esfumado aunque bien presente en el alma a la hora de buscar referentes sobre el concepto “amistad”, “pasión por las ideas”, todo aquello que en el país dominicano va escaseando más que la nieve. Tendremos que recordar a aquel periodista que a finales de los años 50, en La Habana, es uno de los fundadores del Movimiento Popular Dominicano. Luego vendrá el desencanto con la Revolución y con todas las revoluciones, el ciudadano que sólo quiere volver a su país y ser parte de las noches.

Aunque no me tocó esa época, la de sus inicios en la Radio dominicana, cada vez que lo menciono –y no son pocas-, cuando me encuentro con sus contemporáneos, siempre tengo la sensación de estar compartiendo lo mejor de la memoria. Decir Tiberio Castellanos es como compartir la dignidad de la palabra, de la poesía. Tengo que recordarlo a él, a sus hijas, a mi pequeña estatura de entonces, cuando me consideraba uno de los suyos y su casa en el Ensanche Ozama era como un subir al Olimpo de la alegría. Desde principios de los 80 Tiberio se marchó a Miami. Para muchos se esfumó. Ahora que alguien menciona su nombre y un programa de radio, y se refiere a Sánchez Lamouth, se están desatando noches de poesía con don Franklin Mieses Burgos dando su paseíto por la Biblioteca, con don Héctor Incháustegui Cabral un tanto serio mientras Manuel del Cabral andará más despistado que de costumbre. Pienso también en Pedro Gil Iturbides, entonces director, y su irrenunciable pasión por Borges, que por entonces no comprendía. Junto a todos ellos, Tiberio Castellanos era como la luz constante, la voz siempre dialogante, la sonrisa sincera.  Ahora, al recordarlo, la alegría puede ser inmensa”.

Publicaciones Relacionadas