Mueve a una profunda reflexión, para los humanos que quedamos chapados a la antigua, de cómo se ha ido degradando el gusto cultural por la abundancia de tantos ruidos sónicos, que a nombre de una música con nombre impronunciable, ataca al gusto y oído de las nuevas generaciones, que disfrutan de tal estropicio musical.
Ya han quedado en el olvido los tiempos cuando el país recibía la visita de renombradas orquestas sinfónicas, facilitadas por gobiernos amigos, como el norteamericano o el israelí, o que Alicia Alonso nos deleitaba con su baile incomparable o el que el Ballet Real de Dinamarca asombraba por su temeridad en las danzas o que afamados solistas del piano o del violín nos llegaban en visitas patrocinadas por entidades de países amigos.
Ya todo lo anterior se enterró por la nueva avalancha popular, y ahora nos traen el regalo norteamericano, para la fiesta del aniversario de su independencia, al brindarnos las actuaciones de dos ejemplos de la mezcla de raza de ese gran país, que con sus ritmos y sonidos musicales abarcan una nueva era de atracción social con sus símbolos muy definidos de la herencia mejicana y caribeña. De seguro que la actuación de ambos artistas provocará llenos completos en donde se presenten y, a lo mejor, obligará a repetir el concierto en Santiago, lugar tan apreciado por la diplomacia norteamericana.
O sea, que los artífices de la estrategia de la conducta de masas del poder norteamericano está consciente que traer a una orquesta sinfónica o un solista de renombre a estas alturas del siglo XXI al país, en franco deterioro educativo, moral y cultural, no le aportaría beneficios en términos de imagen, muy diferente el patrocinar conocidas figuras populares del folklore de moda que gozan de tantas simpatías en el continente. Y es que el ofrecer una actividad en el ramo de lo clásico, como era la costumbre, queda enclaustrado en el segmento social que nació entre las décadas del 40 y del 70 del siglo pasado.
Queda la reflexión del derrotero mundial de las conductas y comportamientos culturales de todas las sociedades del planeta. Mientras en las orientales de Japón, China y otras perdura el gusto por lo clásico, y de allí es que nos llegan los mejores solistas. Por el contrario, en Occidente el derrumbe cultural es significativo, que hasta se manifiesta en vistosas recepciones que se celebran con frecuencia en la Casa Blanca de Washington para agradar los nuevos valores de generaciones, que consideran muy pasado de moda asimilar una sinfonía de Mahler, o una poesía de Neruda, o un baile de Alicia Alonso.
El obsequio norteamericano al país, para celebrar su importante fecha de la independencia en su 232 aniversario, permite acceder a un campo de la reflexión si quisiéramos darnos cuenta de que el deterioro cultural se refleja hasta en los niveles educativos, que cada vez, están peores. Ni siquiera una universidad dominicana clasificó entre las mejores 250 del hemisferio, para así darnos cuenta que ahora son otros los valores que atraen a la gente.
Esos nuevos valores se manifiestan con explosiva fuerza en la música de simples compases y sin letra definida es la que exigen las nuevas generaciones, que casi todas, dominadas por el bienestar y un afán de lucro vertiginoso, legal o no, que es buscado por todos los medios, arrollando los valores familiares tradicionales.