Los ochenta años de Caamaño

Los ochenta años de Caamaño

Ochenta años atrás, el 11 de junio de 1932, nació en la capital dominicana Francisco Alberto Caamaño Deñó. Sería asesinado en la cordillera Central de República Dominicana el 16 de febrero de 1973, cuando contaba 40 años de existencia.

Desgraciadamente, la inmensa mayoría de los ciudadanos no sabe lo suficiente sobre este personaje. Primero, porque más de la mitad de las personas que ahora viven en territorio dominicano, nacieron después de que Francis Caamaño muriera. Segundo, porque la política educacional de quienes han gobernado el país desde entonces se ha caracterizado por su entreguismo hacia los sectores dominantes. Ésos politiqueros han trazado una línea de acción alejada del pensamiento verdaderamente democrático y no permiten que aparezca, como merece, en los libros de texto un héroe que enfrentó con las armas en la mano al invasor estadounidense y combatió hasta la muerte al déspota Balaguer.

Los dominicanos hemos sido víctimas propiciatorias de un plan para robarnos la memoria. Por eso muchos no alcanzan a comprender que exaltar a nuestros héroes y mártires es un deber patriótico. Nos han querido dejar sin ejemplos dignos, para que nada cambie, para que todo siga apestando como hasta ahora. A los sectores dominantes no les ha bastado con desfalcar la economía nacional para beneficio propio. Esos atracadores están empeñados en borrar nuestros recuerdos. Ellos quisieran que le rindiéramos culto a los traidores a la patria y a los que asesinaron a nuestros héroes. Pero subestiman la sensibilidad patriótica de muchos dominicanos en un momento histórico que ahora se hace diferente en América latina.

Francis Caamaño y Manolo Tavárez Justo fueron dos de los precursores más puros de la liberación dominicana. Valientes visionarios que con sus acciones despertaron una conciencia dormida que mucho mortifica a quienes tratan de evadir las responsabilidades históricas. Ambos fueron asesinados y sus verdugos enaltecidos por el poder.

Los ladrones de recuerdos desearían que colocáramos a los renegados en el lugar que históricamente le corresponde a nuestros mártires. Porque, con los traidores como emblema, la perfidia sería entonces más gratificante que el sacrificio por la patria.

Y ahí reside la esencia del plan que se ha intensificado en los últimos años. La lógica de los asesinos y los traidores se reduce a disminuir la estatura histórica de Caamaño para ascender por los peldaños de la mentira hasta el reconocimiento de los dominicanos. Porque creen que robándonos el recuerdo los vamos a eximir de responsabilidades. Como si la historia pudiera alterarse por el simple hecho de vomitar oprobios por los medios masivos de comunicación con la complicidad de bien pagados entrevistadores y supuestos periodistas.

Esos promotores del olvido tratan de convencer a los ingenuos de que, al morir el Comandante de Caracoles en un intento liberador, quedaba demostrada su equivocación. Y resulta que en realidad es todo lo contrario. No en balde las iglesias cristianas conmemoran año tras año la pasión y la muerte de Jesús en la cruz. Y reconocen con resignación que su desaparición fue necesaria para que sobre éste asentaran la piedra de su pensamiento y de su acción. Los hechos posteriores al asesinato del ex-Presidente de la República en armas demuestran que, de haberse involucrado el pueblo en aquel intento de 1973, los sectores democráticos habrían impedido la degeneración que hoy sufrimos.

Ante un colosal símbolo de liberación como el presidente Caamaño Deñó es lógico y hasta entendible que los sectores conservadores y entreguistas hayan fraguado un asalto contra nuestra memoria. Confían esos malvados en que el sistema no acostumbra a castigar a los traidores como se debe, a pesar del llamado del Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte. Por la impunidad prevaleciente se atrevieron a traicionar antes, así como hoy estimulan a sus antiguos compinches de delitos para que los acompañen a reafirmar el fruto de su traición a los compromisos históricos.

Sólo que, así como no tienen escrúpulos para traicionar, tampoco tienen visión para comprender que son rehenes de nuestros recuerdos. Por eso han planeado y ejecutado el asalto contra nuestra memoria, para borrar nuestros recuerdos y evitar que tengamos un futuro decente.

Pero para su desgracia, mientras los de su calaña no quieren recordar, nosotros jamás olvidaremos.

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