Lo deseable fuera que luego del recorrido realizado por el presidente Luis Abinader por la frontera, donde arengó a los soldados exhortándolos a redoblar esfuerzos y no dejar pasar a un solo indocumentado al territorio nacional, se detenga el hasta ahora indetenible trasiego de haitianos hacia suelo dominicano, ya que de no ser así esos soldados estarían desobedeciendo una orden directa de su Comandante en Jefe, quien los considera “los ojos de la Patria” en la zona.
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Pero ustedes y yo sabemos muy bien, mis queridos lectores, que ese trasiego no se va a detener con discursos de motivación, pero también lo sabe el propio presidente Abinader aunque las acciones de su gobierno, como la detención y deportación de embarazadas haitianas en los hospitales, hagan pensar que ignora que ahí no es donde está el problema sino en quienes las dejan entrar a cambio, por supuesto, de una ganancia económica. Y es que la migración haitiana se ha convertido, al igual que el narcotráfico, en un gran negocio, lo que explica que sea tan difícil de controlar y detener.
No obstante la fanfarria con que acompaña el gobierno sus acciones en materia migratoria no se advierten señales que permitan creer que está dispuesto a enfrentar la verdadera causa de que en este país los haitianos nos salgan hasta en la sopa, por lo que estamos condenados a ser testigos de espectáculos de mal gusto como el que se está ofreciendo en los hospitales públicos.
Y todo eso a pesar de que aquí todo el mundo sabe, empezando por los propios agentes de la Dirección General de Migración, que a las haitianas embarazadas que fueron detenidas en los hospitales las van a sacar por una puerta y por otra puerta las van a volver a dejar entrar. Y lo mismo aplica para los haitianos que son llevados hasta la frontera para ser deportados, completando así el círculo vicioso que el gobierno no quiere o no puede romper para empezar a enfrentar con seriedad, sin chivos expiatorios, la migración haitiana.