Los once minutos de Coelho

Los once minutos de Coelho

SERGIO SARITA VALDEZ
El laureado escritor brasileño Paulo Coelho viene a sorprendernos agradablemente con una novela sin complejidades, sobresaltos, ni misterios extraterrenales. Arranca el autor con la siguiente introducción: «Erase una vez una prostituta llamada María. Como todas las prostitutas, había nacido virgen e inocente, y durante su adolescencia había soñado con encontrar al hombre de su vida (rico, guapo, inteligente), casarse (vestida de novia), tener dos hijos (que serían famosos cuando creciesen) y vivir en una bonita casa (con vista al mar)».

El origen humilde de la protagonista, hija de un vendedor ambulante y de una costurera, era una pequeña y lejana aldea en ese enorme país suramericano. Un agente experto en el tráfico de mujeres hacia Europa conoció a la adolescente y de inmediato le ofreció contrato y pasaje aéreo, cargando con la incauta a la ciudad de Ginebra, capital de Suiza.

Pudiéramos cambiar la joven de la narrativa, así como su lugar de procedencia. En vez de una amazona, con acento portugués, experta en el baile de la zamba, pondríamos a una criolla sureña adiestrada en los rítmicos movimientos de la bachata y del pimentoso merengue dominicano. En vez de la ciudad de Calvino con sus bancos, chocolates, leche, vacas y relojes, desarrollaríamos el guión en el Madrid del pasodoble, el flamenco, jamón, aceite de oliva y las tardes de toro.

Sin embargo, el drama triste, amargo, doloroso, humillante y denigrante sería el mismo. La frustración, el engaño y la nostalgia reflejada en el rostro lucirían similares. En el diario de la caribeña leeríamos el mismo sentimiento amazónico, expresado en idiomas distintos aunque parecidos. Paulo lo escribe de la siguiente manera: «Cuando conocemos a alguien y nos enamoramos, tenemos la impresión de que todo el universo está de acuerdo; hoy sucedió en la puesta de sol. ¡Sin embargo, aunque algo salga mal, no sobra nada! Ni las garzas, ni la música a lo lejos, ni el sabor de sus labios. ¿Cómo puede desaparecer tan deprisa la belleza que allí había hace unos pocos minutos? La vida es muy rápida; hace que la gente pase del cielo al infierno en cuestión de segundos».

La dominicana, al igual que María, anotaría a sus diecisiete abriles: «Mi objetivo es comprender el amor. Sé que estaba viva cuando amé, y sé que todo lo que tengo ahora, por más interesante que pueda parecer, no me entusiasma. Pero el amor es terrible: he visto a mis amigas sufrir, y no quiero que eso me suceda a mí. Ellas, que antes se reían de mí y de mi inocencia, ahora me preguntan cómo consigo dominar a los hombres tan bien. Sonrío y callo, porque sé que el remedio es peor que el propio dolor: simplemente no me enamoro. Cada día que pasa veo con más claridad qué frágiles son los hombres, inconstantes, inseguros, sorprendentes… algunos padres de estas amigas llegaron a hacerme proposiciones, yo las rechacé. Antes, me sorprendía; ahora creo que forma parte de la naturaleza masculina. Aunque mi objetivo sea comprender el amor, y aunque sufra por culpa de las personas a las que entregué mi corazón, veo que aquellas que tocaron mi alma no consiguieron despertar mi cuerpo, y aquellos que tocaron mi cuerpo no consiguieron llegar a mi alma».

María, en uno de los pasajes finales pone a su salvador amante a leer esta hermosura de reflexión: «Tiempo de nacer, tiempo de morir,/ tiempo de plantar, tiempo de arrancar la planta,/ tiempo de matar, tiempo de curar,/ tiempo de destruir, tiempo de construir,/ tiempo de llorar, tiempo de reír, / tiempo de gemir, tiempo de bailar,/ tiempo de tirar piedras, tiempo de recoger las piedras,/ tiempo de abrazar, tiempo de separar,/ tiempo de buscar, tiempo de perder,/ tiempo de guardar, tiempo de tirar,/ tiempo de rasgar, tiempo de coser,/ tiempo de callar, tiempo de hablar,/ tiempo de amar, tiempo de odiar,/ tiempo de guerra, tiempo de paz.

Bello y enternecedor cierre de una novela conmovedora y entretenida que solamente podía brotar del talentoso y surcado cerebro del maestro Coelho.

Sus once minutos orgásmicos acá se convierten en una eternidad placentera de disfrute intelectual.

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