Los partidos emergentes no se diferenciaron y confundieron

Los partidos emergentes no se diferenciaron y confundieron

Un principio elemental para las llamadas organizaciones emergentes, es el de la diferenciación con los demás partidos tradicionales o mayoritarios, pero fue dejado de lado por la mayoría de sus dirigentes. Ese es, probablemente el aspecto más importante y único para poder ser tomados en cuenta por la sociedad. Y lo hemos advertido innúmeras veces. Sus discursos fueron casi los mismos. Las diferencias de contenidos no fueron significativas. Y al final de la campaña, cuando aparecieron todos juntos haciendo los mismos reclamos, pero manteniendo boletas separadas, más que nada lograron confundir a los posibles votantes.
Bajo ninguna circunstancia me refiero a las demandas que hicieron en conjunto. Estaban dentro de sus derechos. Lo que quiero destacar es que, su lucha como emergentes dispersos, tenía que centrarse en la diferenciación, sobre todo con los más grandes o los que más fuerza electoral tenían, mucho más, cuando se iba produciendo el fenómeno de polarización.
La polarización no es otra cosa que la concentración de la atención popular en dos posibilidades electorales. De esa forma, todos los que no están dentro de esas dos fórmulas posibles, dejan de ser centro de atención de la ciudadanía y van perdiendo fuerza, porque todavía mucha gente apuesta a los ganadores. A los que tienen las posibilidades de resolverle algo, sean del gobierno o de la oposición.
El camino más expedito que tienen los partidos o líderes emergentes para lograr éxito, o para romper el monopolio de las fuerzas mayoritarias que en los procesos electorales polariza, es el de la diferenciación o distanciamiento. Pero tiene que producirse con las dos fuerzas polarizantes.
Hace casi seis meses expresé en este mismo espacio, que parecerse uno de los partidos o uno de líderes emergentes a una de las organizaciones mayoritarias, o coincidir con ellas sin lograr una alianza electoral táctica o como se quiera llamar, no le garantizaba de ninguna manera posibilidades de crecimiento. Por el contrario, advertí que crearía confusión entre los que quisieran optar por una alternativa diferente.
Si la mayoría de sus pronunciamientos se parecían. Si reclaman las mismas cosas y sus líderes se mostraban todos juntos, dónde por Dios estaba la diferenciación. En tal sentido, no se le puede reclamar a un ciudadano que se inclinara por el que dentro de la oposición tenía más posibilidades. Eso no solo era lógico, sino que los propios dirigentes emergentes los confundieron y empujaron a tal decisión.
No pocos creían que, por lo menos uno o dos de los emergentes, podría obtener una votación que empujara sus partidos a convertirse en mayoritarios, mucho más si se juntaban. Algunas encuestas llegaron en principio a dar esas señales, pero al igual que los demás, trillaron el mismo camino. Y al final, en vez de presentarse cada uno como flor con perfume propio, se constituyeron en ramillete en el que se confundieron los aromas y los colores.
No le enseñaron al pueblo llano la diferenciación. Confiaron más en sectores denominados conscientes que casi siempre terminan inclinándose por la conveniencia.

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