Los partidos pequeños

Los partidos pequeños

Desde diferentes frentes y bajo diversos argumentos son muchas las críticas severas que se hacen contra los partidos pequeños.

Los criterios emitidos parecen indicar que las organizaciones minoritarias no deben ejercer vida política en el país, que no tienen derecho a existir.

¿Qué les parece si aplicamos este principio a todas las entidades, grupos, organizaciones, agrupaciones, sociedades, movimientos, alianzas, organismos…?

Todo indicaría, entonces, que sólo los fuertes, los grandes, los poderosos, los numéricos, los superfuertes…son los únicos que tendrían derecho a existir.

Se trata de una lógica sumamente divorciada de eso que llamamos democracia.

Nadie se atrevía a hacer tales propuestas en tiempo de las dictaduras, cuando la oposición se articulaba desde entidades casi insípidas que luchaban por mayor pluralidad y mayor libertad.

En el fondo lo cuestionado hoy no es la existencia en sí de los pequeños, sino, más bien, la interrelación que se produce con los grandes y su incursión en la dirección del Estado.

A pesar de su porcentaje, las elecciones pasadas indicaron que de no haber sido por la alianza, el partido grande que está hoy en el Gobierno no hubiera podido lograr tal hazaña. Y si la oposición hubiera picado primero en los acuerdos, hoy tuviera la rienda del poder.

La paradoja es que la minoría inclina la balanza.

A los partidos pequeños se les acusa de existir sólo para negociar, pero, en realidad, quienes toman la iniciativa de acuerdos son los grandes ante  el reconocimiento de que solos no pueden llegar.

En definitiva, ¿no es ésto, acaso, fruto de la misma democracia y de la madurez de líderes que entienden que juntos pueden armonizar en la búsqueda y  dirección de la cosa pública, aportando cada quien experiencia y voluntad a favor del desarrollo de la nación?

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