Los partidos son un reflejo de sus dirigentes

Los partidos son un reflejo de sus dirigentes

A través de diferentes medios, incluyendo analistas y dirigentes políticos, se han externado planteamientos sobre la conveniencia de que los llamados partidos tradicionales se recompongan, se dividan o hasta se desintegren, partiendo de ideas que bien podrían tener cierta consistencia, o que la base de sustentación de las mismas sea analizable.

Esos planteamientos se robustecen, además, ante la creencia de quienes lo exponen, de que esos partidos no han llenado todas las expectativas que se crearon, o por entender que han padecido de fallas estructurales que les ha impedido desarrollarse de la forma como ellos los imaginaron o se ilusionaron.

Todo eso puede ser cierto, pero no se debe olvidar que los partidos son una expresión de sus dirigentes, del que controla las estructuras, de quien lo representa. Por ejemplo, cuando Bosch y Peña Gómez, el PRD se parecía a sus líderes. Llevaba su sello, su estilo. Incluso con Esquea era diferente al de hoy, que se parece a Miguel Vargas. Igualmente el Partido Reformista, mientras vivió Balaguer, no podría ser otra cosa que una expresión de su forma de ser y actuar, mientras hoy se parece a sus dirigentes.

El PLD formado por Bosch fue un reflejo de su pensamiento y acción, y ahora de quienes tienen el control de sus estructuras, que aunque reiteren su apego al pensamiento Boschista, toma el tinte que les dan sus actuales dirigentes o líderes.

Pero fíjense, que esos tres partidos que han gobernado, a pesar de haber tenido grandes líderes y presidentes, la gente los identifica por su militancia. Son peledeístas, reformistas, perredeístas, mientras otros, algunos de los cuales no por pequeños dejan de ser tradicionales, puesto que llevan años participando, la gente los identifica más por sus dirigentes que por sus siglas o militancia.

La gente los identifica como el partido de Wessin, de Guillermo Moreno, de Hatuey, de Vincho, Eduardo Estrella, Max Puig, etc. O sea, de sus cabezas. Sin embargo, el más joven de los partidos que es el PRM, se identifica por sus siglas y militancia, son perremeístas, y su gran reto estará en la capacidad de mantener esa identificación.

Ello así, porque peledeístas, perredeístas, perremeístas y demás partidarios, los de las bases y militantes, siguen siendo los mismos en esencia. Lo que ha cambiado es su cabeza dirigencial. Si los partidos se recomponen, dividen o desaparecen como estructuras, sus bases se van a otros lugares. Igualmente sus dirigentes incursionarán en otras organizaciones, pero eso de por sí no asegura que desaparecerán las actitudes que crean inconformidades manifiestas.

Lo que tienen que hacer los que se preocupan por el presente y futuro de las organizaciones políticas, es presionar para la formación de sus cuadros dirigenciales y su militancia. Fortalecer sus estructuras. Inyectarle mística. Procurar que se respeten sus principios y crear leyes que fortalezcan la democracia partidaria e institucional. Lo otro, se convierte en un reciclaje cuyo producto final siempre será parecido a su materia prima, porque el cuerpo actúa según la cabeza.

 

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