Contrario a lo que muchas personas piensan, el ministerio o tarea pastoral es uno de los oficios más difíciles que pueda realizar un ser humano.
Quedó en tercer lugar como uno de los trabajos más estresantes en Estados Unidos.
Las estadísticas indican que el trastorno cardíaco es la causa número uno de muerte entre los pastores.
El cuerpo y la mente de un servidor de Dios honesto y responsable no descansan ni de día ni de noche.
Sin embargo, pocos son los pastores-por no decir ninguno-que cuentan al final de sus días con un retiro y con una cobertura médica. La mayoría de estos hombres comen solo mientras pueden servir en el púlpito.
Esa es la razón por la cual la muerte los sorprende ejerciendo el trabajo, aun cuando ya sus cuerpos, mentes y emoción no dan más.
¿Necesariamente debe ser siempre así?
Claro que no.
El problema es que ni las iglesias, ni los concilios y ni ellos mismos se han sentado a encontrar la alternativa: ya existe.
El pastor es un asalariado o empleado que mensualmente recibe una paga fija.
Todo cuanto se debe hacer es registrarlo al Sistema de Seguridad Social, descontarle de su ingreso la parte que establece la Ley 87-01 y que la iglesia o concilio pague lo que como patrono corresponde.
Es algo sumamente sencillo. No es complicado.
Quiérase o no, la no registración lleva a que automáticamente se viole la ley y, sobre todo, a que se le haga un daño irreparable a una persona que lo ha dado todo en nombre de Dios a una institución, a una comunidad y a toda una sociedad.
Ahora mismo es tétrico el final de un pastor.
Más si no tiene hijos responsables.