Los peligros de la anti política

Los peligros de la anti política

El próximo 15 de mayo los dominicanos acudiremos religiosamente a las urnas electorales, como lo venimos haciendo desde 1966, y con mayor fe, desde que comenzamos en 1994 -tras el gran trauma causado por el fraude electoral propiciado por Joaquín Balaguer- a construir un sistema electoral más justo y eficiente. Una vez más el pueblo dará muestra de un civismo ejemplar, incluso muy por encima del de sus líderes políticos, y, lo que no es menos importante, nuevamente quedará comprobado que -independientemente de los resultados de unas elecciones en donde, según las encuestas, se vislumbra un triunfo seguro y avasallador en primera vuelta de la coalición política encabezada por el presidente Danilo Medina por encima del 65% de los votos válidos- el cuerpo electoral dominicano, en cada ocasión en que manifiesta su voluntad, demuestra su confianza en los partidos políticos tradicionales, los cuales, a pesar de la desconfianza que provocan en parte de la población, como lo demuestran los estudios de la cultura política local, siguen convocando con gran intensidad el entusiasmo de los votantes.
Que casi un 70% -o muy probablemente más- de un electorado en donde la abstención no llega al 30% vote por dos partidos del establishment político como el Partido de la Liberación Dominicana y el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y que un 20 y pico por ciento vote por otra opción electoral –el Partido Revolucionario Moderno- que es simple y puro desprendimiento de una estas fuerzas –el PRD- es clara evidencia de que el sendero por el que transita la democracia dominicana no es el del colapso del sistema de partidos, como ha ocurrido, con todas las perniciosas consecuencias de ello en países como Perú y Venezuela. Eso es buena noticia para los dominicanos. Y no solo porque partidos fuertes evitan el ascenso de líderes mesiánicos –sean neoliberales a lo Fujimori o populistas a lo Chávez- sino también porque el hecho de que existan partidos políticos, en condiciones de articular eficazmente la voluntad popular, permite pactar y ejecutar las políticas y las reformas indispensables para una mejor democracia, para un sistema económico más desarrollado y para una sociedad más justa, igualitaria y solidaria.
Lamentablemente existen en nuestro país corrientes de pensamiento y de acción pública, minoritarias pero muy influyentes, que propugnan por una especie de anti política, que aborrece de la política tradicional, de sus pactos y compromisos, de sus soluciones a medias, de sus reconciliaciones forzadas, de sus justos medios. Negándole legitimidad a los partidos tradicionales, armados con un insoportable discurso moralista de los buenos contra los malos, los serios contra los sinvergüenzas, los honestos contra los corruptos, los paladines de la anti política sufren de una enfermedad crónica e incurable: el narcisismo político. Narcisismo que los lleva a negar legitimidad de los intereses y las opiniones contrarias y que les impide llegar a acuerdos pragmáticos, parciales y razonables, pues lo que buscan es una victoria total para ideas muchas veces imposibles de alcanzar en la práctica.
La democracia, lamentablemente, es gris, como advirtiera el polaco Adam Michnik al profesor de New School for Social Research, Ira Katznelson. “La democracia no es ni negra ni roja. Es gris, sólo se establece con dificultades, y cuando mejor se reconoce su calidad y su sabor es en el momento en que cede ante el avance de ideas radicales rojas o negras. La democracia no es infalible, porque en sus debates todos son iguales. Esto explica que sea susceptible de manipulación y que pueda verse impotente frente a la corrupción. También explica que, con frecuencia, elija la banalidad y no la excelencia, la astucia y no la nobleza, las promesas vacías y no la auténtica capacidad. La democracia se basa en una continua articulación de intereses particulares, en una búsqueda inteligente de acuerdos entre ellos, en un mercado de pasiones, emociones, odios y esperanzas; se basa en la eterna imperfección, en una mezcla de pecado, santidad y tejemanejes. Esta es la razón por la que a quienes buscan un Estado moral y una sociedad completamente justa no les guste la democracia. Sin embargo, éste es el único sistema que, al tener la capacidad de cuestionarse a sí mismo, también la tiene de corregir sus propios errores”.
Lo decía magistralmente el presidente Danilo Medina en la reunión de la Internacional Socialista, celebrada recientemente en nuestro país bajo los auspicios de su Vicepresidente Ing. Miguel Vargas Maldonado y del PRD”: “[…] La tentación de la antipolítica ha ido creciendo en los últimos tiempos. Y cuando aparece la antipolítica invita a esos ciudadanos recién empoderados a avanzar por callejones sin salida. Les invita a avanzar por la vía del desencanto, del individualismo y de la satisfacción material. O bien, cuando se cansan del individualismo, les invita a entregarse acríticamente a demagogos de todo tipo. […] Y, sin embargo, no duden ni por un momento que la política, no solo sigue siendo necesaria, sino que lo es más que nunca. Porque para consolidar y ampliar los avances sociales de los que hablábamos antes, necesitaremos grandes dosis de política. Necesitamos, desde luego, a la política más que nunca. Y, por tanto, los partidos políticos también son más necesarios que nunca. Son necesarios para articular la voluntad y las ideas de millones de ciudadanos de una forma que sea constructiva para nuestras sociedades. Son necesarios para recuperar la idea del bien común, de comunidad de pensamiento y de acción conjunta por el desarrollo y la justicia. Pero para ejercer este papel, los partidos también deben transformarse. Y no solo los partidos, sino también los gobiernos y la totalidad de las instituciones democráticas”. Solo así es posible una verdadera –y con mayúsculas- Política democrática.

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