Los peligros de la creciente violencia

Los peligros de la creciente violencia

LEANDRO GUZMAN
La ola de violencia que sufre hoy la sociedad dominicana mantiene aterrorizados a los ciudadanos. No hay día que no se reporten robos, atracos, violaciones sexuales, asesinatos de variados tipos y numerosos delitos de menor cuantía, que por ser pequeños no dejan de tener repercusiones en la comunidad nacional.

No siempre, desafortunadamente, se publican todos los casos de violencia que se registran, pues hay muchas personas que temen  denunciar las agresiones o los robos de que han sido víctimas. Sencillamente, sienten temor a represalias, especialmente cuando se trata de violaciones sexuales.

Esta es una situación verdaderamente alarmante, pues uno percibe que estamos frente a un horroroso problema cuyas raíces son más profundas de lo que muchos suponen.

La criminalidad ha llegado a tal punto que pone en peligro la gobernabilidad democrática, que tantos sacrificios han costado mantener.

El terror que genera la delincuencia que arropa el país es superior a la delincuencia misma, por cuanto mantiene a los ciudadanos en una zozobra tal que muchos podrían sentirse atraídos por llevar a los más altos cargos de la Nación a gente “de mano dura”, en la creencia de que restablecerán el orden y acabarán con la criminalidad.

Se trata de aventurarse en la búsqueda de un nuevo Mesías, olvidándose que en el país hay suficientes leyes para contener la violencia. Sólo hay que aplicarlas en su justa dimensión, para lo cual se necesita un mejor manejo de las investigaciones y el coraje de los jueces invulnerables e incorruptibles.

La falta de empleos y de oportunidades para la juventud han sido citadas como causas de la violencia, a lo cual se une el tráfico de drogas, la inestabilidad de los hogares, la crisis de los servicios públicos y un largo etcétera de todos conocidos.

¿Qué hace un joven, por ejemplo, que termina el bachillerato y no consigue un empleo, pero que además no puede cursar una carrera universitaria por sus precarias condiciones y a menudo con responsabilidades familiares?

Ese joven tiene dos caminos para afrontar su frustración: coger una yola para realizar una peligrosa travesía con el fin de eventualmente lograr realizar “el sueño americano” o simplemente asociarse a grupos de pandilleros que buscan el dinero fácil.

La gran equivocación de muchos de los gobiernos que hemos tenido ha sido no crear las condiciones de empleos que necesitan la juventud y los trabajadores en general.

La tendencia que siempre se ha observado en la aplicación del Presupuesto General de la Nación es otorgar la mayor cantidad de fondos a obras caprichosas, en perjuicio de la creación de empleos, de la educación, de la salud y de la vivienda, para sólo citar las principales.

Se dirá que el Gobierno no tiene por qué crear empleos, lo cual es cierto, pero sí debe facilitar y crear las condiciones básicas para que los inversionistas, tanto nacionales como extranjeros, se animen a invertir sus capitales en empresas que alivien la pesada carga que representa el desempleo en nuestra sociedad.

Como incentivo a los inversionistas, el Gobierno francamente podría cederles parte de las tierras que tiene el Estado para que instalen allí sus empresas, contribuyendo además con algunas obras de infraestructuras para que el entusiasmo sea mayor. La experiencia de las zonas francas existentes está ahí, la Ciudad Satélite en el Distrito Federal de México, está ahí; de manera que no se trata de un invento.

El mismo Gobierno designó este año como Año de la Generación de Empleos, pero hasta ahora no hemos visto que se hayan obtenido logros importantes.

La violencia puede atenuarse en la misma medida en que la gente tenga un trabajo seguro. Una persona que trabaje, sobre todo si es joven, no tiene necesidad de pensar en sumarse a los grupos de delincuentes, porque tiene su mente ocupada y garantizada su subsistencia.

Si la creación de empleos se combina con la aplicación de las leyes existentes, incluidas otras más severas que sea necesario crear por la exigencia del momento, estamos seguro de que la violencia disminuiría notablemente.

En esa forma, no tendríamos el temor de que fracase la gobernabilidad democrática, ni de que el pueblo cometa el error de equivocarse y escoger autoridades “de mano dura” que rememoren la oprobiosa tiranía de Trujillo, cuando era común que se dijera que “tranquilidad viene de tranca”.

Esa es la tranquilidad que precisamente no queremos, como tampoco la paz de los cementerios que nos impuso esa dictadura.

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