Los peligros de la farsa democrática

Los peligros de la farsa democrática

 

La democracia es el peor de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los sistemas políticos restantes” es una expresión de Winston Churchill que hoy se conoce también como: la democracia es la mejor forma de gobierno. Concuerdo.

En América Latina, la democracia ha sido efímera y limitada. De hecho, en los últimos 30 años se ha vivido la experiencia más larga y extendida de sistemas políticos fundamentados en la elección ciudadana de sus gobernantes.

Diversos factores económicos, sociales y políticos explican la escasa experiencia democrática y la naturaleza restringida de los sistemas democráticos en América Latina, y una fundamental es la incapacidad sistémica de reducir sustancialmente los niveles de pobreza y desigualdad.

Es muy conocida la resistencia de los sectores dominantes latinoamericanos a redistribuir riqueza, tanto en regímenes políticos autoritarios como democráticos. El círculo vicioso económico se ha caracterizado por un alto nivel de concentración de riqueza, dificultad para expandir y consolidar la clase media, y amplios sectores populares en condiciones de marginalidad.

Por eso la relación élite-pueblo se ha estructurado en torno a tres modelos fundamentales: regímenes oligárquicos altamente excluyentes y autoritarios de corte militar o civil que dominaron en la región hasta la década de 1970, sistemas de incorporación clientelar y baja movilización social, y regímenes populistas de diferentes coloridos políticos.

Los sistemas democráticos de institucionalidad redistributiva han sido prácticamente inexistentes en América Latina. Costa Rica, y actualmente Chile, son los que más se acercan a este modelo, y Brasil aspira a llegar ahí.

En mi artículo “Danilo no te rajes” publicado en este medio el miércoles 6 de marzo de 2013 indiqué, a propósito de los planteamientos del presidente Medina sobre la Barrick Gold el 27 de febrero, que en República Dominicana no se había producido el fenómeno del populismo tan propio de la historia latinoamericana por el profundo conservadurismo, la alta dependencia externa y la compactada élite.

La crítica de Medina a la Barrick lo coloca en el umbral de una estrategia populista, lo cual no quiere decir que el Presidente la utilice, ya que en República Dominicana no hay tradición populista ni condiciones estructurales favorables para ello.

El populismo es un fenómeno de larga data en la región, mediante el cual gobiernos de distintas orientaciones políticas han apelado al pueblo para gestar procesos de redistribución económica. No es un modelo necesariamente democrático, y en América Latina ha ido de la mano con el personalismo autoritario.

En República Dominicana, el sistema político post-Trujillo se ha estructurado en torno a la redistribución clientelar, tanto en la época más excluyente del balaguerismo de los 12 años (1966-1978), como a partir de la transición democrática de 1978.

Todos los partidos, grandes y pequeños, que han accedido al poder han promovido una redistribución selectiva de recursos para beneficiar grupos favorecidos por el gobierno de turno, sean políticos o empresarios, mientras las grandes masas han permanecido desamparadas y dependen de la cooptación electoral para recibir beneficios.

La naturaleza excluyente y arbitraria de la asignación de recursos públicos hace de la democracia dominicana una farsa, a pesar de que se realicen elecciones y exista libertad de expresión. Esto constituye un serio obstáculo para la construcción democrática. A diferencia de lo planteado por Eduardo Jorge Prats en su artículo del pasado 15 de marzo en el periódico HOY, el populismo latinoamericano no es fundamentalmente una proclama de algunos intelectuales, ni un rechazo a los derechos que garantiza la democracia constitucional, sino un tipo de respuesta política a la exclusión social en la región. La legalidad no está al margen de la justicia social.

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