Los peligrosos juegos de Satanás

<P>Los peligrosos juegos de Satanás</P>

Un hombre que había hecho trato con el diablo, jugó con éste una partida de póker, en la que, si ganaba quedaba libre de deuda y, si perdía, tenía que entregarle su alma. El hombre, que era una jugador arrepentido y ya en el camino de Dios, cuando Satanás le presentó un póker de ases, el hombre le mostró cuatro cartas con la cruz de Cristo, ante lo cual, el Diablo huyó despavorido.

Eso fue sólo una historieta, y no suele ocurrir así con las personas que comprometen su moral en ciertos negocios, pensando que corren poco riesgo. Un amigo de infancia, muy querido, llegó a ser un pequeño pero próspero transportista en Nueva York, hasta que alguien le propuso pagarle bien si llevaba unos paquetes a Los Ángeles. Le gustó el fácil negocio, y nunca quiso saber qué cosa contenían aquellos bultos. Un día la DEA se lo reveló: Catorce años de cárcel le cantaron a este bueno e inocente hombre. Pasa  a menudo con gentes decentes, que forman empresas y “joint ventures” con personas y dineros de no clara procedencia. Resultando, que el que lava dinero del narco viene a ser tan inocente como el que transporta el material. Y el que lo transporta, como el que lo vende, por bien nacidos que sean. Piensan, quizás, que una lavadita no hace daño a nadie, que no es como robar ni matar. Especialmente si tampoco desean enterarse de cuantos sargentos y mujerzuelas, y cuantos jóvenes destruyen sus vidas en el tráfico y el consumo de estupefacientes. Algunos de esos negociantes se lamentarán sinceramente de esos inconvenientes, si piensan que el país necesita de esos dineros para dar empleos y combatir la pobreza. Con lo cual serían ellos poco menos que benefactores, a quienes el país deberá agradecerles la gobernabilidad y viabilidad económica. Por lo demás, esos dineros que ellos lavan provienen de hombres decentes y bien vestidos, no de cabos y coronelitos corruptos y violentos.

Pero todo diablo es candela y tiene juegos pesados. Muchos podrán siempre salir impunes en el presente esquema de poder político-económico del país. Pero alguien siempre pagará, ya el coronelito ambicioso o la diva venida a menos. Y casi siempre la juventud vulnerable que sueña con mejor estándar de vida y esperan hallarlo en el mundo de los estupefacientes. En ello, el país moral e institucional siempre pierde. Porque ninguno de estos juegos es inocente y sin consecuencias. Dios o Satanás cobrarán deudas y daños hasta terceras y cuartas generaciones (Éxodo, 20.5). En cambio: “… si mi pueblo se arrepiente de sus malos caminos, y se convierte, sanaré su tierra y perdonaré sus pecados”. (2Crónicas, 7.14).  

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