Los pelos del pubis

Los pelos del pubis

BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
Tanta lágrima, tanta cárcel injusta, tantas deportaciones, tantas muertes decididas por la arbitrarios mandones, desde la gesta protagonizada por Ramón Cáceres, Horacio Vásquez y otros mocanos ilustres que decidieron que basta ya y liquidaron la tiranía de Ulises Heureaux a tiros. Se abría un compás de esperanza para la nación, pobre, aislada, lejos de las bondades de la civilización y demasiado cerca de la miseria, la maldad, la corrupción, los matasiete, los curas intrusos y los entreguistas, quienes como en el poema de René del Risco anduvieron medio mundo ofreciendo ¿tú quieres un pedacito de Quisqueya?

Búsquenlos, los bandidos están presentes en la vida nacional en los nombres de las mayorías de las calles del país, en el frontispicio de escuelas, colegios, hospitales, cuarteles y fortalezas militares y policiales, campos deportivos.

¡Carajo, qué vaina!

¿Hasta dónde lo vamos a permitir?

Los culpables somos muchos. Los que callan las injusticias, los que ven los abusos y miran hacia el otro lado. Los que se bajan de las aceras para que crucen los asesinos y ladrones del trujillaje, del consejato, del triunvirato, de los doce años.

Los que creímos que con la llegada del Partido Revolucionario Dominicano llegaba la ley con orden, la libertad con respeto, el manejo pulcro de los fondos públicos, la institucionalidad.

Y nos dimos cuenta de que no, de que no iba a ser así porque desde el propio partido y desde los otros, la conspiración contra los intereses populares estaba más sólida, más compacta que la fuerza que pudiera tener el pueblo.

La política de corromper arriba y golpear abajo, brillantemente descrita por el inmenso José Francisco Peña Gómez, se impuso en los doce años y ha continuado.

En ocasiones se le da razón a la frase atribuida a Ramfis Trujillo: al dominicano sólo hay que ofrecerle.

Con una precisión de reloj suizo, tan pronto como muchos tuvieron la oportunidad de llegar a los más altos puestos públicos, sin rubor, sin vergüenza, sin respeto por nadie ni por nada, cambiaron de modo de vida y súbitamente exhiben un bienestar que no pueden justificar ni legal, ni humana, ni moralmente. Pero es que no tienen moral.

Este señalamiento incluye, por supuesto, al Presidente de la República que sabe que sus funcionarios roban y se hace cómplice ojalá que sólo por omisión, al no propiciar su sometimiento a la acción de la justicia.

Ante esa situación de tabla rasa con la moral, con la justicia, con el respeto al derecho ajeno, hay que volver al espíritu que logró imponer el precario existir de una democracia perfectible que necesita recorrer un largo y profundo camino que debe comenzar con la regeneración moral, libre de ataduras religiosas, libre de ideologías.

Algo tan simple como exigir que los dominicanos de hoy podamos alcanzar las cuatro libertades de que habló el presidente Franklyn Delano Roosevelt:

Libertad de expresión. Libertad de culto. Estar libre de necesidades. Libertad de vivir sin temor.

Está bueno de que nos tomen por pelos del pubis.

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