La celebración del Día del Periodista en la República Dominicana origina cada año un sinnúmero de felicitaciones, en las que se entremezclan sinceras expresiones de apoyo, cumplidos protocolares y hasta fementidas posturas de personas y entidades que resienten en sus adentros el trabajo crítico y responsable de la prensa.
Para que este pretendido reconocimiento sea genuinamente efectivo y más allá del marco de una fecha en particular, se necesita una mayor comprensión y tolerancia hacia la labor periodística y la contribución que ofrece para que en la sociedad alcance vigencia plena la libertad de palabra, la equidad y la democracia participativa.
A nivel local y hemisférico se requiere sensibilizar a gobiernos, a legisladores, a estamentos judiciales y en especial a empresarios periodísticos acerca de la necesidad de rodear a los comunicadores de mejores medios materiales y de garantías para poder desempeñarse con independencia de criterio y sin exponerse a riesgos potenciales.
La muerte o desaparición de un periodista no es tan solo un hecho particularmente doloroso para parientes, colegas y amigos. Cada vez que se silencia la voz o la palabra de un comunicador serio, con una clara noción sobre los fundamentos básicos de su profesión y comprometido con valores éticos y deontológicos, la sociedad pierde una vía a través de la cual puede conocer la realidad sobre temas de interés general y de esa manera facilitar el libre juego de las ideas.
Políticos y funcionarios inescrupulosos que incurren en actos bochornosos quisieran ver desaparecer a medios y periodistas cada vez que a través de reportajes y comentarios de opinión se dan a conocer y se critican sus extravíos.
El crimen organizado, con su ilimitada capacidad económica para comprar complicidades y anular conciencias, recurre a tétricas advertencias y ejecuta atentados y asesinatos cuando periódicos y reporteros valientes dan a conocer a pueblos y naciones esta amenaza global que representa el narcotráfico y los delitos y vicios que se derivan de este terrible flagelo.
Gobiernos encabezados por presidentes intolerantes y de mentalidad autoritaria, a pesar de haber llegado al poder mediante el voto popular, no desaprovechan oportunidad para tratar de descalificar, mediante imputaciones alegres y juicios destemplados, a medios y periodistas que realizan un trabajo profesional y que no se prestan a realizar un trabajo obsequioso o de propaganda.
Es claro, entonces, que periodistas y medios se enfrentan hoy día, quizás más que en ninguna otra época, a grandes acechanzas y nuestro país no escapa a esa acuciante realidad.
Para el desarrollo de un trabajo decoroso, los periodistas se enfrentan a serios desafíos, ante las tentaciones a que se ven expuestos cuando son objeto de ofrecimientos cuestionables de parte de poderes públicos, de esferas oficiales y de organizaciones políticas empeñadas en convertirlos en correas de resonancia para sus intereses y maniobras espurias.
A los periodistas compete preservar su buen crédito e integridad, rechazando ofrecimientos de prebendas y favores que son, esencialmente, vías a través de las cuales políticos y funcionarios buscan manipular, controlar o mediatizar su trabajo de informar y orientar con visión amplia y veraz. En ocasiones, este mecanismo de corte perverso y eminentemente corruptor, está dirigido a utilizar a los periodistas como vehículos de complaciente propaganda, pero en otros casos persigue evitar la publicación de temas que pueden afectar intereses particulares. Enfrentarlo implica un gran reto de conciencia y meditación.