Los perros y la luna

Los perros y la luna

– “Ya los perros no le ladran a la luna”, me dijo repentinamente mi hija Carolina. –¿A qué atribuyes ese cambio en las costumbres perrunas? –Es que los perros no salen al campo, como antes. Ahora los edificios son elevadísimos y obstruyen la visión de los bípedos; con más razón la de los cuadrúpedos. Ellos tienen que erguir el cuello para mirar hacia arriba. La realidad es que no salen; los amos salen pero los dejan en las casas.

–A mí me parece que existen diferentes “clases” entre los perros; hay perros elegantes y perros vulgares. Los llamados “viralatas” no ven televisión; tal vez por eso no amplían su educación tradicional.

–¿Qué tiene eso que ver con que ladren o no ladren a la luna? –El perro siempre fue un animal doméstico. Creo que anda con el hombre desde el periodo paleolítico. Quizás se haya domesticado él mismo para que su vida fuera más cómoda; comía los alimentos que el hombre desechaba. Su único trabajo en el mundo primitivo fue “ladrar a tiempo”. Los antropólogos afirman que el perro ganó el ladrido en la domesticidad. Los perros salvajes son mudos; sólo pueden aullar. El ladrido es una casi palabra. Ladran para avisar al amo un peligro cercano. También ladran por temor o alegría.

–El poeta Juan Sánchez Lamouth escribió: “Tal vez si, por el ruego lunófilo del perro/ la pompa de jabón de este universo/ ha olvidado su tiempo de explosión”. El ladrido a la luna podría ser un ruego religioso o la solicitud de una explicación astronómica ante la presencia del “astro nocturno”. Una actitud parecida a la de Ptolomeo o Copérnico; asombro ante los misterios de la naturaleza. –Tienes opiniones estrafalarias acerca de las capacidades de los perros.

–He visto en Nueva York un galgo ruso, parado en una esquina de la Quinta Avenida, emperifollado con collar y pechera. Parecía acabado de salir de la peluquería. Me dio la impresión de que esperaba un fotógrafo de la revista “Vogue”. No pude saber si era hembra o macho; en ese momento cambió el semáforo y me costó correr con los demás. Seguramente ese galgo no ladra nunca a la luna; ya conoce la nave “Enterprise”.

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