Los poetas se encubren

Los poetas se encubren

Bernardo Vega

El conocido poeta Héctor Incháustegui Cabral era en 1947 Encargado de Negocios en La Habana, donde ese mismo año había llegado otro poeta, Pedro Mir, quien había participado en la fracasada expedición de Cayo Confite, pero cuando fue capturado utilizó un nombre falso, por lo que ni Trujillo ni Incháustegui Cabral había sabido sobre esa acción.

En 1949 Mir escribió en La Habana su famoso “Hay un país en el mundo” y se lo enseñó a don Héctor. Éste se dio cuenta de los problemas que ese poema tan denunciante podía causarle a Mir, cuya familia vivía en Santo Domingo y decidió escribirle una carta a otro intelectual, Telésforo Calderón, cuyo cargo de secretario de Estado de la presidencia le permitía hablar diariamente con Trujillo, con el propósito de preparar un ambiente positivo para esa poesía y su autor. Utilizó argumentos muy inteligentes en su esfuerzo preventivo para protegerlo de posibles represalias. Además, exageró el estado económico y físico de Mir para inspirar pena dentro de los círculos oficiales dominicanos.

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Los párrafos más relevantes de la carta son: “Ayer estuvo a visitarme el Dr. Pedro Mir.

Está muy triste porque su mamá no ha podido venir a Cuba… En Pedro hay una mezcla muy extraña, pero perfectamente explicable, de hombre que por vocación literaria se quiere sacudir de las obligaciones familiares –él tiene allá mujer e hijos- para dedicarse a escribir y de persona con un sistema nervioso que vino malo al mundo. Él cree que aquí puede realizar la obra que supone es su razón de ser y acaba de escribir un largo poema. Ya desde allá sus amigos sabíamos que Pedro no andaba bien de la cabeza, pero para un poeta éste no es un gran defecto. Es más: hay quienes consideran indispensable que el poeta sea medio chiflado, que sea ido, que no asiente con firmeza los pies en el suelo porque el universo de la Poesía suele comenzar por el camino que anda las nubes. Y alguna nube se le mete en la cabeza y no lo deja trabajar bien”.

“Pedro, hasta el momento en que escribo, no ha intervenido en ningún acto en contra de nuestro Gobierno. Él me ha prometido, no de ahora, no participar en actividades que signifiquen crítica o mala opinión de la gestión del Excelentísimo Presidente Trujillo, no por simple amistad hacia mí, porque así no tendría gracia, sino porque considera que sólo el Jefe es capaz de seguir adelante la gran obra que está realizando y que es indispensable para alcanzar las etapas de progreso que aspiramos para la República todos los que la queremos bien. Para él –palabras textuales- más ha hecho revolucionariamente el Presidente Trujillo que Lázaro Cárdenas a quienes los mexicanos consideran salvador de una clase muy numerosa de su pueblo. Él explica así su criterio: la tarea de Cárdenas ha sido limitada a los indios y a la posesión de la tierra, mientras la del Jefe no ha tenido zonas determinadas sino que su acción se ha arraigado en cada una sin excepciones de ninguna clase.

“El poema que acaba de escribir, que leí, es una larga serie de versos cuya medida y forma estrófica cambia en cada parte del poema, con un profundo sentido musical. El tema, porque es un poema social, es la necesidad de la redistribución de las tierras que hoy cultivan de caña las grandes compañías norteamericanas. En todo el poema palpita una profunda nostalgia de macorisano del Este, del hombre que ha sentido en el pecho la tristeza de los grandes cañaverales por la tarde, cuando un viento suave peina los pendones gallardos. Él cree, porque tiene, lo ha tenido siempre, delirio de persecución, que ese poema puede ser considerado como crítica a la actitud oficial respecto de la industria azucarera, y me vino a decir que eso no lo ha pensado ni un solo momento y que él aspira a que no se piense así porque conoce disposiciones gubernamentales que prueban que también el Gobierno sufre el estado de cosas, que desea una solución más acorde con el pensamiento que él expresa en el contrapunteo social que anima el poema…”

“…La ropa que tiene es la misma que trajo, hace más de un año ya, y libras de peso ha perdido unas cuantas. Antes estaba muy animado; le iban a publicar un libro en México, muy hermoso por cierto, y la promesa se volvió sal y agua, a pesar de los esfuerzos que hicieron allá Malagón Barceló y Silvio Zabala. Ahora quiere publicar aquí el poema, en una plaquette, y eso lo ha hecho cambiar un poco porque todo autor se pone cuando va a publicar un libro como hombre que aguarda un hijo, con la ventaja de que el autor siempre sabe lo que le reserva el destino”.

Localicé esa carta en 1984 en el Archivo Particular del Generalísimo en el Palacio Nacional. Ya para esa fecha don Héctor había fallecido y fui a la humilde casa de Pedro Mir para enseñársela. Don Pedro me informó que durante los 17 largos años, desde su regreso a Santo Domingo en 1962 y la muerte de don Héctor en 1979, éste nunca le había hablado sobre esa carta. Sí me agregó que nunca le dijo a Incháustegui Cabral que no atacaría a Trujillo, ni que lo consideraba superior al presidente Cárdenas. Es obvio que eso lo agregó don Héctor para proteger a Pedro Mir de la ira del tirano.

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