Los políticos de hoy
justifican al Trujillo de ayer

Los políticos de hoy<BR>justifican al Trujillo de ayer

Hay muchas voces preocupadas, que desde hace tiempo ven y analizan la vigencia que tienen los recuerdos de las dictaduras de Trujillo, de Franco, de Hitler, de Mao y de Pinochet, en el ánimo de la ciudadanía de cada pueblo, donde aquellos ahogaron en sangre y represión las libertades.

 Como fruto de la corrupción e incapacidades de los políticos de hoy, hay un anhelo de revivir esos regímenes, para que la disciplina, la seguridad y el orden se restauren en las calles.

No hay dudas que en este siglo XXI, el régimen de libertades que supuestamente disfrutamos los dominicanos, se ha ido enrareciendo a medida que aumenta la corrupción, el narcotráfico y la delincuencia campea en todas las ciudades.

Hay un temor enraizado ante el resquebrajamiento de lo que era antes el sostén de la sociedad, como lo fue el núcleo familiar, totalmente desgajado por la soledad de los hogares, con las cabezas y hasta los hijos trabajando fuera, y si son menores, quedan a merced de manos inadecuadas y de los modernos medios de telecomunicación.

Hay demasiadas razones para que la ciudadanía indefensa añore la mano dura de los dictadores; más la de Trujillo, que a 49 años de su muerte, es en este siglo cuando más se analizan sus actuaciones, elevándolo a sitiales de la dominicanidad, ya que supo protegernos de las oleadas de haitianos, que ahora impunemente atraviesan cotidianamente la frontera.

En aquellos tiempos de la era de Trujillo, la inmigración occidental se mantuvo dosificada, en particular la que se trata para el corte de la caña de azúcar.

La atracción por la mano fuerte es algo que se palpa en todos los ambientes, desde los más humildes, en donde las gentes se sienten atemorizadas por las acciones de sus vecinos delincuentes y de los policías. Hasta en las áreas encopetadas con verjas más altas y electrificadas, con guardianes y desplazándose con exageradas parafernalias de guardaespaldas, habla muy a las claras de los temores y de cómo la inseguridad, que ya inunda a otras capitales latinoamericanas, aquí se ha convertido en la amenaza real, condimentada por las acciones impunes de los sicarios en el campo de las rivalidades y ajustes de cuentas en el negocio de las drogas.

El estilo del gobierno actual de gobernar, al darle independencia de sus funciones a los distintos ministerios, en que cada ministro es su propio jefecito, ha contribuido al desorden institucional. El descalabro institucional es culpa de la incapacidad de los políticos que no estaban preparados para asumir funciones de responsabilidad y gobernar para el bien del país.

Los políticos, en su codicia, han ido arrasando con los recursos, endeudando al país con onerosos préstamos que dejan sustanciosas comisiones, frente a una opinión pública ya temerosa al ver la impunidad de cómo no se sanciona a nadie.

La energía para denunciar se ha ido diluyendo, a medida que el poder del dinero oficial ha ido acallando e incorporando a sus filas a los que antes hacían gala de independencia.

Ahora las indelicadezas de los políticos se celebran y hasta se disfrutan en los lugares más hermosos de la ciudad y de los resorts locales o del extranjero.

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