TEÓFILO QUICO TABAR
La mayoría de los políticos dominicanos no aprenden, mucho menos cuando están en el ejercicio del poder. Mas bien pueden: estudiar sobre lo que ocurre en otras áreas del hemisferio, ampliar sus conocimientos en determinadas cuestiones del funcionamiento burocrático, acumular algunas experiencias en el roce con sectores a los que no habían podido escalar, vivir momentos insospechados en cuanto al taconeo militar que los infla como vejiga al viento y los despega del suelo, pero aprender lo que se dice aprender, qué va.
Unos más que otros al llegar al poder se posicionan como los patriarcas o faraones. Se convierten poco a poco o de sopetón en los sabelotodo de lo que acontece, no importa la materia ni el lugar. Su ego crece en la misma proporción de las adulonerías. Su colocación automática por encima de los demás, los empuja a apartarse de posibles opiniones, incluso de sus amigos.
No necesitan de las recomendaciones de nadie, aunque por conveniencias le hagan creer a uno que otro lo contrario. Desprecian a los que sean capaces de tratarlos como iguales. El distanciamiento de los demás los hace sentir mucho más importantes. Los expertos en alcahuetismo se imponen y como ley física pasan a ocupar el lugar que los que por respeto se sienten distanciados.
Las cosas «importantes» son las que ocupan la mayor parte de su tiempo y las que al mismo tiempo insuflan su ego faraónico, pero sin importar si en realidad lo son para los promotores de proyectos o para la nación a la que juraron servir.
Las nimiedades, o sea, aquellas que ocupan el diario vivir de las mayorías, pasan a ser temas de segunda y tercera importancia, que no ameritan su participación. Cosas como agua, medicina, transporte, costo de la vida, seguridad, son cosas de los periodistas, de la oposición, de unos muchachos que están inconformes a los que hay que darle unas palmaditas en las espaldas.
Los partidos se convierten en trabas para su gestión. Los dirigentes importantes o se pliegan al poder o se aplastan como colilla. Los medios de comunicación o colaboran o se exprimen de diferentes vías. Y como aquí casi todo está conectado, de una u otra forma se sienten los apretones palaciegos.
La creencia de que todo el mundo tiene un precio aumenta, sobre todo por las vacilaciones de los que han hecho de la actividad política su deporte favorito, no como fanáticos que no cambian, sino como jugadores del banco, que cambian de equipo con la misma rapidez en que las posibilidades de ser tomados en cuenta aparece.
Para ellos el poder es el poder y se ejerce sin tiempo para tomar en cuenta opiniones encontradas. Todo lo que hacen es bueno sin importar los resultados, porque al fin y al acabo se culpa a otros del fracaso.
Cada día aumenta su auto-convicción mesiánica y como tal los conduce a creerse insustituibles. Crece su antipatía por todo el que los adversa sin posibilidad de arrodillarlos. Menosprecian a casi todos los posibles competidores. Y los números de las posibilidades comienzan a adornarse en la misma proporción de las necesidades de quienes los manejan.
Esa ha sido y es la historia nuestra de cada día, pero los políticos no se la aprenden. Como el poder es tan alto, tan distante de los mortales y tan elevado de las pequeñeces que ocurren en el mundo de una mayoría sin importancia social ni económica, cuando pretende aterrizar no lo hacen como piloto experto que planifica su vuelo, sino que tienen que recurrir a maniobras temerarias para un aterrizaje forzoso.
Se pasan la mayor parte del tiempo en el aire, atendiendo y complaciendo a los sectores de poder que los ayudaron a subir, olvidando a la mayoría que le dio el voto, para al final, cuando la nave se tambalea, por falta de combustible o por los vientos huracanados que se avecinan, intentar planeamientos aventureros tratando de enderezar la nave, con el agravante de que cada viraje que da, ya en medio del ventarrón, sacude a los que van adentro y pone en peligro a los que están en tierra.