¡Los premios salvadores de la XXVII Bienal!

¡Los premios salvadores de la XXVII Bienal!

Arte Contemporáneo. Cuando me refiero a la posibilidad del “espacio crítico” lo que vislumbro es un espacio pretendido. Espacio como relámpago. Espacio efímero y propicio para un ejercicio especular sobre las travesías, entrecruces y transmigraciones claves de nuestra uni-diversidad o polisíntesis cultural identitaria. Espacio posible para el diálogo, entre la lucidez y la fraternidad, desde el cual podríamos advertir la inesperada expansión de la dominicanidad como resultado de un proceso espiritual de raíces histórico-culturales y mixtificaciones sociopolíticas ciertamente insólitas y todavía más reveladoras…

El 19 de agosto de 1942, como resultado de la dedicación y los esfuerzos extraordinarios del Dr. Rafael Díaz Niese (1897-1950), entonces director general de Bellas Artes, entre otros artistas, educadores e intelectuales de distintas formaciones y procedencias, bajo la espantosa dictadura de Rafael L. Trujillo Molina, se registra la apertura oficial de la Escuela Nacional de Bellas Artes y ese mismo año se instituye la Bienal Nacional de Artes Plásticas, transformada en Bienal Nacional de Artes Visuales a partir de la XVII edición (1990).

Desde 1942 hasta el 2013, el evento ha tenido 27 ediciones, estableciéndose, curiosamente, como la bienal institucional de mayor data, seguimiento y/o persistencia histórica, en todo el continente americano. Así, entre otras razones, por su extraordinario aporte al patrimonio artístico dominicano y por el asombroso e intrínseco aluvión de expectativas que mantiene en cada edición, tanto para los artistas reconocidos como para los emergentes, la Bienal Nacional se constituye, desde hace más de siete décadas, en el máximo evento consagrado al apoyo de nuestras artes plásticas y visuales.

Históricamente, los veredictos de los jurados de la Bienal siempre han generado debates, posiciones contradictorias, actitudes, discursos calificadores o descalificadores y hasta unas cuantas “ofensas personales” imperdonables. Y esto habría de preverse, tratándose de un evento que, como también ya se ha repetido tantas veces, ha venido a convertirse en la mayor plataforma de soporte y promoción del arte y los artistas visuales dominicanos. De ahí que me resultan tristemente desesperadas y apocalípticas, las posiciones que han querido situar las tonalidades del debate en torno al controversial veredicto del Jurado Único de la XXVII Bienal de Artes Visuales, en unos supuestos “niveles sin precedentes”.

Para no abrumar, he aquí sólo dos ejemplos. En 1974, por su obra en hierro titulada “Espacial orgánica”, el jurado calificador de la XIII Bienal Nacional de Artes Plásticas otorga a Domingo Liz (1931-2013) el Segundo Premio de Escultura. De inmediato, Domingo Liz rechaza la decisión del jurado, señalando que ese premio “no correspondía al valor real” que el propio artista le atribuía a la obra en cuestión. En su respuesta, el artista también cuestionaba los criterios de valorización y premiación del jurado en la categoría Dibujo.

Asimismo, durante la XIX Bienal (1994) se registra otro escándalo ante la concesión del Gran Premio a Luis Nova por su fotografía titulada “Cautivo del tiempo”, así como por las denuncias de algunos miembros del jurado de premiación, la Asociación Dominicana de Críticos de Arte y el Colegio de Artistas Plásticos, en torno a las “irregularidades cometidas por las autoridades del MAM”. En la ocasión, el maestro Domingo Liz y doña María Ugarte (1914-2011) estuvieron en primera línea entre los que cuestionaron públicamente las supuestas irregularidades. Incluso, el documento de Domingo Liz que, entre otros asuntos, proponía la abstención a las actividades del MAM, fue apoyado y suscrito por más de cuarenta artistas reconocidos.

De ahí que el “tsunami” de denuncias, réplicas, alabanzas, difamaciones y apologías pre-meditadas, desatado por el veredicto del Jurado Único de la XXVII Bienal Nacional de Artes Visuales, muy bien podría registrarse como la penúltima edición del “déja vu”. Y es que nuevamente, además del “pataleo” y el resentimiento camuflados como “crítica objetiva y justiciera” a la hora de los premios, la polémica ha vuelto a concentrarse en la apuesta a favor del “terrorismo de las vanguardias” (C. Monsiváis); en el ensañamiento contra la “precariedad” de las técnicas y medios tradicionales y en el supuesto extravío de un obsesivo perfil identitario del arte dominicano contemporáneo.

Confirmando la viciosa circularidad del espacio reflexivo de la Bienal, el Colegio Dominicano de Artistas Plásticos ha sostenido uno de los discursos más encendidos contra el veredicto del jurado de la XXVII Bienal. El jueves 22 de agosto, mediante un documento “decapitador” difundido por correo electrónico, el Codap solicitaba al ministro de Cultura, José Antonio Rodríguez, y al Comité Organizador, la anulación de los premios, además de una mayor participación del Codap en la organización de la Bienal, entre otros asuntos que tocan sensiblemente a la situación actual del sector. También pedía a los artistas que retiraran sus obras del evento de forma inmediata.

Sin embargo, el viernes 23, una nueva versión de este documento fue remitida de manera formal, solicitando la intervención urgente del Presidente de la República, Danilo Medina, y de la Dra. Zoila Martínez, defensora del pueblo. Aunque es cierto que esta “segunda edición” del documento oficial del Codap nos llegaba más “bajita de tono” no hacía más que suscribir los planteamientos esenciales del “inflamable” primer artículo publicado en Acento.com por Martín López.

Entonces, no sólo estábamos frente a la nebulosa desatada por las denuncias de la violación de las bases por parte del jurado en relación a la performance “Satisfecha” y a la entrega del Gran Premio a la novísima Joiri Minaya, sino que las interrogantes, la fábrica del rumor mediático y las “dudas metódicas” siguieron expandiéndose al nivel de que, hasta ahora, cuando intentamos cuestionar si el documento del gremio artístico era la expresión de su añorada fortaleza institucional, es decir, si la posición “redentora” del Codap, cuya Junta Directiva, actualmente encabezada por Clinton López, contaba esta vez con el apoyo o pleno aval de su membresía, lo que seguimos recibiendo por respuesta es un profundo silencio y una “cruzadera” de brazos tan penosa como desconcertante.

Ahora bien, situando en su contexto específico el debate y las críticas que sigue suscitando la Bienal, vale la pena arriesgarse nuevamente y acometer la fascinante aventura que implica la oportunidad de disfrutar y confrontar las 186 obras, entre seleccionadas y premiadas, que integran la exposición central de la XXVII Bienal Nacional de Artes Visuales que todavía puede verse hasta mediados de noviembre en los cuatro niveles del Museo de Arte Moderno. En la magna exposición, aun destacándose el predominio de la pintura y las instalaciones, los visitantes lograrán, por lo menos una idea general de la vitalidad, de las debilidades y del proceso expansivo que caracteriza la producción artística dominicana contemporánea.

Y esta última observación se confirma en los casos de una serie de obras premiadas que vienen a salvar el veredicto del jurado de la XXVII Bienal Nacional de Artes Visuales y que, definitivamente, se constituyen en aportes significativos y enriquecedores para los fondos y la colección permanente del Museo de Arte Moderno, tales como “Cibercity 3001”, instalación de Luis Arias Pérez; “Vibraciones bajas”, instalación de Patricia Castillo-Patutus-; de la serie “Bien-Estando #1”, instalación de Julianny Ariza Vólquez; “Sesión con Salomé” (tríptico), fotografía de Citlally Miranda y “Deforestación: de la Jungla a la Botánica” (díptico), rigurosa y alucinante reacción dibujística de Ángel Urrelly…Seguimos…

 

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