Los pretores internacionales

Los pretores internacionales

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
A finales del pasado siglo, y en los primeros seis años del XXI, las interrelaciones de las naciones nos han traído una gran novedad en la conducta de los gobiernos y organismos internacionales, en que sus funcionarios más conspicuos les gusta intervenir en los asuntos internos dominicanos a nombre de corregir comportamientos, dictar directrices y aconsejar para enderezar el rumbo del país.

Y esa conducta de los representantes extranjeros, de las más diversas instituciones y gobiernos, viene estimulada por la peculiar conducta de los burócratas y políticos dominicanos en sus relaciones con los mismos extranjeros que ven cómo actúan frente a otros compatriotas.

Uno de los casos dramáticos del intervensionismo de un diplomático extranjero en el país, y siempre lo hacen a la hora de concluir su misión, fue el de Pardo Llada, aquel controversial comentarista de radio y televisión cubana en la década del 1950, que fue embajador colombiano en el país y sacó a relucir la principal lacra que afecta la conducta dominicana, que es de la insolidaridad, que para un extranjero, eso resulta extraño por la forma de cómo los amigos se destripan y critican al ausente, sacando a relucir sus debilidades y todos los vicios frente los extranjeros, haciéndole un “traje” con todas sus conductas erradas.

Y lo anterior viene el caso para ver el origen de la conducta de los representantes extranjeros, que ven a los dominicanos sin entenderse ni llegar a un programa de desarrollo y de armonía integral, sino que cada quien quiere jalar para su lado, no importando que sea el país entero que sufra las consecuencias del egoísmo y falta de solidaridad comunitaria.

Ya los representantes norteamericanos, los del BID, de la Unión Europea, del FMI, de las Naciones Unidas y otros organismos tienen la costumbre, que al terminar sus trabajos locales y al despedirse, ofrecen consejos, dan boches, directrices para ordenar el rumbo de todas las cosas malas que sabemos los dominicanos y se comentan en los círculos íntimos o se airean por televisión, radio o prensa, pero nadie le hace caso, distinto cuando es un extranjero con autoridad para jalar las orejas.

El revuelo ocasionado por la hasta hace poco directora del AID, a la hora de despedirse, quiso demostrar su cariño por el país según su superior inmediato y sacó a relucir una artillería bien sincronizada denunciando las lacras más notorias que afectan a la educación, la justicia, y la conducta en cuanto a la corrupción. Estos son temas que salen a relucir cada día en los medios, pero nadie acostumbra tomar las medidas correctivas de lugar. Sólo cuando llegan de voces autorizadas surge la sensible epidermis de los funcionarios de turno, para defenderse como gato boca arriba, masacrar y desautorizar al extranjero que tuvo la osadía de airear nuestras fallas.

El dominicano, que llega a una posición en el Gobierno se cree que es una herencia que recibe, se adueña de la entidad como algo personal, lo cual conduce a actos de corrupción. Si alguien osa denunciarlo, o destacan su incapacidad, lo atropellan con una batería de agravios para hundirlo y más cuando se trata de opiniones recogidas por los medios de comunicación.

Cuando es un extranjero que generaliza y detalla donde están las fallas de la conducta dominicana, para ver si se endereza el rumbo que lleva la nación, entonces se toma a malo y como un clamor surge un estallido de cólera de los funcionarios disgustados cuando se destacan los fallos en lo que ellos creen están haciendo bien. A lo mejor se podría organizar un seminario para discutir cuál es la mejor forma de actuar ante las críticas de funcionarios de los organismos internacionales cuando el país se enruta por el camino equivocado por culpa de burocracia que lo hace muy mal en áreas sensitivas de la nación como son la salud, educación, justicia, seguridad ciudadana y probidad en el ejercicio de las funciones públicas.

La otra cara de la moneda del intervencionismo de los funcionarios extranjeros, es que desean emitir sus opiniones para que el país enderece el rumbo, reside en que los funcionarios dominicanos no se respetan a si mismos y ofrecen la apariencia, frente a los extranjeros, de un equipo humano muy deficiente, afectando la vida de millones de seres que dependen de esas manos incapaces. Entonces, ese amor y cariño que el extranjero ha cultivado por el país y sus gentes, después de convivir tantos años entre nosotros, los lleva a decir públicamente lo que ya han dicho privadamente en reuniones, de gabinete o sociales, con los funcionarios y amigos. Los extranjeros deciden desahogarse para ver si de esa manera hay una reacción que produzca rectificaciones de conductas y trabajar por el bienestar de la nación y no para su propio beneficio.

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