Los problemas nacionales: la educación superior

Los problemas nacionales: la educación superior

Me parece perentoria una meditación sobre la importancia de la educación superior ahora que la Universidad Autónoma de Santo Domingo está pidiendo un nuevo presupuesto. La coyuntura llega como anillo al dedo porque es en la asignación presupuestaria donde se encuentra un ente autónomo como la universidad y el Estado que tiene, o debe tener, prioridades en todos los órdenes de la vida de los ciudadanos. No es necesario que iniciemos ni con la historia de la universidad ni con la ponderación de su importancia. No hay que sacar a pasear los discursos de legitimación. Es muy sencillo. La sociedad dominicana parece de espaldas a la UASD cuando esta exige un mayor presupuesto, y la academia primada parece de espaldas a la sociedad cuando aquella exige que se actualice.
El mundo ha cambiado. El cambio se impuso por nuevas formas de transformar la materia prima, nuevas vías de comunicación y nuevas formas de transporte marítimo y aéreo. En fin, renovadas maneras de llevar gentes y mensajes de un lado a otro. Podría hacer una breve historia de la velocidad. Solo cabe decir que ya nos comunicamos a velocidad luz y que muchas de las máquinas que usamos precisan de una inteligencia cuántica que desbordó la física en el momento en que se fisionaba el átomo. El mundo ha unido inteligencia, saber, negocio y comercio. Y hemos creado la llamada economía del conocimiento.
En la actualidad el análisis de la educación está reducido al “accountability” proceso reduccionista, pero que parece no morir. Consiste en examinar cuánto invierto y que cuánto me retorna. Una sociedad debe invertir de acuerdo a lo que busca lograr. Y en la educación los logros son muy importantes. Ya que en ella se articulan una serie de actividades que nos comprometen económicamente. La educación es la ‘paideia’ de soluciones. Por esta razón, y muchas más, creo que hay que volver a pensar la universidad como proyecto social. Como proyecto cívico, como proyecto económico.
El problema del pensamiento sobre lo universitario es que no se puede aislar de una serie de factores históricos, económicos y culturales. Y lo más conveniente es separar la discusión de los discursos insulares que la han estancado. Si es que hoy verdaderamente existe. Porque en este aspecto tengo mis dudas. Las universidades a nivel global vienen homologando una serie de criterios que les permiten evaluar sus ejecutorias. Voy a enumerar algunas a continuación.
La calidad de los profesores. Este parámetro es muy importante e implica que las universidades deben tener un claustro formado por profesores de prestigio. Estos deben estar dedicados a la docencia y a la investigación. Sus artículos deben publicarse en revistas reconocidas en el mundo académico, evaluados por pares, en libros que sean citados por otros académicos, pues los universitarios construimos cada día el conocimiento. De ahí que se prefiere académicos que tengan preparación de segundo o tercer ciclo, es decir, maestría y doctorado. Que hayan logrado esta distinción, haber realizado investigaciones en universidades de prestigio. Se busca que no asciendan a puestos muchos de los alumnos de la propia universidad. Es necesario que vengan de otras universidades para que haya un flujo de experiencias distintas.
Sabemos que este es un problema crítico para la UASD que, a pesar de los esfuerzos que ha realizado en los últimos años, no ha logrado un número importante de doctorados con suficiente solvencia ni en las materias humanísticas ni en las de ciencia. Esta última que tuvieron una entrada importante en los ochenta y noventa con los profesionales formados en países socialistas.
Los profesores deben tener sueldos que les permitan desarrollar sus actividades docentes e investigativas sin emplear todo su tiempo en el salón de clases. Ese es otro asunto fundamental. La cantidad de alumnos por profesor y la cantidad de secciones que debe impartir un docente dominicano sacan a la UASD de las clasificaciones mundiales. Una universidad muy grande viene a ser una universidad ineficiente. Parece que este razonamiento no ha tenido mucha cabida. Cada día la Universidad es más grande y sufre la pérdida de sus profesores más experimentados.
Otro aspecto es que los profesores deben estar dentro de un principio de mérito en todos los niveles de su reclutamiento y, durante los primeros cinco años por lo menos, de su vida profesional. Este aspecto tendría que romper con las influencias políticas, el amiguismo y otras prácticas que imposibilitan que sean los mejores los que tengan el puesto. Que sean los mejores o más destacados en una disciplina los que impartan docencia y que el profesor entienda que es un profesional digno. Que es necesario su esfuerzo constante para el logro de las metas de su academia.
De la calidad del profesorado hablará la calidad de la educación y la formación de los alumnos. La educación pública está comprometida en la creación de profesionales en distintos órdenes que permitan el desarrollo de la salubridad, nuevas formas democráticas y de convivencia; es decir, es preciso que tengamos educadores competentes para llevar a cabo las tareas educativas del país. Sin olvidar el desarrollo en el área de comercio y negocios internacionales.
Otro asunto, la admisión de estudiantes. Para que una universidad sea competente, debe elegir a los mejores estudiantes. Con este razonamiento se debe tener en cuenta que pobreza no es sinónimo de incapacidad para aprender y pensar. Si bien es cierto que la universidad del Estado debe dar cabida a todos los que se acerquen a sus puertas no es menos cierto que deben tener preferencia por aquellos que están más preparados a tener éxito en sus estudios. Mejores admisiones se dan en el centro educativo que cuida su claustro y le exige el mejor trabajo posible. Los estudiantes competentes quieren universidades cada día mejores.
El éxito de los planes de estudios, que deben renovarse y adaptarse a las necesidades del país, debe verse en el lugar de destino de los profesionales. Hoy día es un rasero fundamental preguntarse a dónde han ido a parar nuestros estudiantes, qué hacen y cuáles son los méritos que han alcanzado en su vida profesional. De ahí que cada universidad avalúe el destino de sus profesionales. Y esto debe hacerse tomando en cuenta no solo el destino nacional, sino el internacional.
Docencia, investigación, difusión son tres actividades fundamentales de la educación superior. Porque permiten que los estudiantes se sitúen como una comunidad de aprendices capaces de transformar su vida y de los que les rodean. La docencia debe ser estricta en el sentido de que se cumpla con las horas, los planes de estudios y que se dé cuenta de sus resultados, con la finalidad de ver más efectivos teniendo en cuenta que los recursos que se usan en la educación provienen de los contribuyentes que derecho tienen a exigir que se haga lo mejor con su inversión social.

Es necesario que a los estudiantes dominicanos se les promueva el intercambio con estudiantes de otros países y se les permita estudiar en otras universidades competitivas. Lo mismo vale para los profesores, que puedan integrar redes de investigadores en las que se discutan y expongan problemas propios de sus disciplinas.

Sin ánimo de concluir estas reflexiones, me parece fundamental contestar las preguntas consabidas. Las refutaciones y los lugares comunes. Uno de ellos es que no tenemos que hacer lo que los otros hacen, porque nosotros lo hacemos mejor. Pero no es así. Brasil, México, Chile, Colombia y Puerto Rico han trabajado en una inversión social en la educación que hoy los prestigia con las mejores universidades de la zona.

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