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La pintura es en sí misma un completo medio de expresión y no debe, en definitiva, estar sujeta a otra realidad, que no sea de la expresión pura”. Esta definición, “autobiográfica” y universal, la escribió Jaime Colson en 1956, en la Revista Hispánica, que dirigía el poeta Franklin Mieses Burgos. Encabeza propuestas sobre el discurso pictórico: Colson sobresalía también en la teoría. ¡Sorprende por cierto que, siete décadas atrás y en una tiranía, se publicaban revistas como no las hay ahora!
La exposición homenaje, que organizó Iris Pérez ameritaría, más allá de breves textos, eventos de discusión y análisis, por su valor e importancia. Ha hecho ingentes esfuerzos para conseguir obras prestadas… y es otro reconocimiento que le dedicamos. Obtener pinturas de Rafael Faxas y de Eligio Pichardo, ambos “colsonianos” – el segundo en sus inicios-, se volvía utópico.
Si contemplamos la generosa selección de obras ilustrando el legado, todas reflejan la admiración por el maestro. Ahora bien, unas son de artistas, muy influenciados por Colson y complacidos por esa impronta, mantenida al menos temporalmente, mientras otros –aunque hayan sido alumnos- se liberaron. Solo en academia y/o exploración del mundo interior, está la memoria.
Es importante recordar que la enseñanza de Colson no se limitó a cursos formales –Dibujo, Pintura, Tecnica del fresco –, sino que la frecuentación de su taller personal permitía a los estudiosos, observar una estética excepcional.
Legados directos Discípulo distinguido de Jaime Colson, José Ramírez Conde, bien representado aquí, asumió siempre hacia el maestro una posición de compromiso: estilo neoclásico con dibujo riguroso, testimonio de un culto…
Amable Sterling también heredó el virtuosismo clásico, renacentista aun, del dibujo y cultivó el realismo, manteniendo el rigor formal hasta en el mito. Un autorretrato lo identifica.
Norberto Santana, muy vinculado a la Escuela Nacional de Bellas Artes, ha interpretado temas de rostros y cuerpos, con lineamientos neocubistas que Colson hubiera apreciado, así la pintura expuesta que inserta el paisaje.
Otro discípulo de fuerte formación colsoniana, incluyendo la técnica del fresco, y entregado a la enseñanza en Bellas Artes, fue Juan Medina, representado por un neo-cubismo ligero.
Más joven, Dionisio Blanco, sin embargo, no descarta una herencia colsoniana en sus sembradores con la obsesión del cuerpo y el mensaje mítico… Él está representado magníficamente, tanto en aquel dibujo enmarañado como en una figuración escultórica magistral.
Otros estilos. La exposición explaya pinturas excelentes de varios maestros y maestras, quienes, aprovechando la enseñanza de Colson por docencia, ejemplo y/o veneración, se emanciparon y pronto desarrollaron estilos diferentes.
A pesar de sus maestrías respectivas y la contundencia de las obras exhibidas, a esos pintores a menudo analizados en otros textos, les dedicaremos breves menciones…
Un gran formato de Cándido Bidó se destaca por una precisión y una limpidez rigurosas, rostro y entorno inconfundibles, vibrando líneas y colores, mientras un abstracto ejemplar de Elsa Núñez podría considerarse “la” obra contrastante en su autonomía, fascinante en estética y factura,
El magnífico óleo de una joven –en reflejo- por Fernando Peña Defilló sugiere que la belleza es una verdad existencial profunda para el artista como lo era para Jaime Colson. A su lado, Iván Tovar deslumbra por la morfología onírica, el esplendor de la materia pictórica, la arquitectura carnal, cual un legado del trashumante genial.
Rosa Tavárez no solo impone aquí su composición, sino que, hablando en la inauguración, transmitió su emoción…
Del inmenso Vicente Pimentel, colaborador docente de Jaime Colson creemos, hubiéramos querido otra obra…
Lo que se puede escribir es muy poco. Solamente, una visita permitirá a los entusiastas de Colson y del arte dominicano apreciar todos los cuadros y artistas expuestos.