Por muchísimas razones, hay un deseo colectivo de que las actuaciones de los que tienen que ver con el quehacer tanto público como privado, sea cada vez más diáfano y coherente. Apegadas no solamente a las normas éticas y morales que debe practicar todo ser humano, en especial sus dirigentes, sino además, enmarcadas dentro del respeto a las disciplinas de cada institución como al colectivo.
Cuando analistas o ciudadanos preocupados por las cosas del país se refieren a ciertas actuaciones, conductas y decisiones, en ocasiones utilizando expresiones críticas o duras, habría que tener en cuenta que muchas veces la dureza de las mismas ha ido en proporción con el deseo de que mejoren y de que se proyecten positivamente. Tanto en lo personal como institucional.
Las cúpulas dirigentes tienen todo el derecho de actuar según sus conveniencias o acordes a la disciplina de sus organizaciones. Pero teniendo presentes que deben estar enmarcadas dentro del respeto que se merece el pueblo, así como con los principios constitucionales.
Ni las cúpulas privadas ni públicas deberían actuar pensando que el país está repartido en parcelas de las que cada quién tiene un pedazo del que es dueño y propietario absoluto. Tampoco pensar que el pueblo siempre actuará conforme a los mismos patrones de conducta.
Los pueblos cambian y se mueven según las circunstancias y sus conveniencias. Los pueblos son mucho más inteligentes de lo que los mismos miembros de las cúpulas privadas como públicas entienden. Por eso los pueblos saben dar y quitar. Apoyar y negar. Saben interpretar las cosas con la sabiduría natural que Dios les ha regalado para protegerse.
Nadie debería asustarse o preocuparse por las calificaciones que algunos profesionales o analistas puedan emplear para definir determinadas situaciones. Por el contrario, deberían sentirse agradecidos de que públicamente se les hagan señalamientos, aunque sean fuertes, pues muchas de ellas son un claro indicio del deseo de ayudarlos en su difícil tarea de dirigir o de gobernar. Aquellos que en el pasado no lo entendieron así, salieron muy mal parados.
Porque la acción de dirigir no es una velada artística privada con transmisión en circuito cerrado. Se trata de actuaciones absolutamente públicas. Y todos los ciudadanos tienen pleno derecho a participar, sin pagar entrada y sin ningún tipo de restricción. Por eso la gente ve y juzga.
Se podría decir sin exagerar, que entre las más importantes obras teatrales que pueda realizarse en la tierra. En la que participan más espectadores sin importar credo religioso, raza o edad, son esas, las de Dirigir. Las de Gobernar. Y como están abiertas al público en general, están sujetas a las críticas de todos. Sea cual sea su oficio o profesión.
Si la obra es buena y además entretenida, el público aplaude a los actores. Pero cuando no es como los espectadores esperaban, las reacciones surgen de forma espontanea. Conduciendo en ocasiones incluso a la pérdida de las esperanzas. Esperanzas que algunos con posiciones críticas y otros con sugerencias pretenden contribuir a mantener vivas.