Los puentes son de azúcar

Los puentes son de azúcar

Era triste. También ilógico. Sin embargo, y a pesar de que sólo existió en el mundo de Morfeo, me impactó tanto que nunca pude olvidarlo: ver cómo una ciudad, hecha de dulces y chocolates, se derretía por culpa del agua.

Aquel sueño, que me marcó profundamente porque era muy niña y me dolía en el alma ver que todo ese despliegue de dulzura se desvaneciera sin que pudiera conservar nada, llegó a mi memoria el día de ayer a causa de lo mucho que los puentes del país se parecen a mis casas de fantasía: de tan endebles, desaparecen sin dejar mucho rastro en cuanto llueve con intensidad.

No sé si el material es malo, si la técnica está pasada de moda o se saltan alguna que otra regla de ingeniería… lo único que está claro es que hay un problema con las construcciones gubernamentales.

Ver las grietas del remozado puente de Madre Vieja, en San Cristóbal, nos da la razón de la misma manera en que lo hace el puente de Catey, por ejemplo, que colapsa cada vez que se desborda el río Haina (había sido reparado el año pasado pero volvió a ceder antes de ayer).

Estas obras, prioritarias para comunidades como la de Batey –en Bonao- que se quedan aisladas cada que vez que viene una tormenta o llueve más allá de lo usual, no pueden seguirse levantando con tanta desidia.

Ha llegado el momento en que, en lugar de hacer  muchas malas obras, el gobierno se plantee hacer sólo lo que puede hacer bien. Aunque se tome más tiempo, aunque invierta más, que no siga engañándonos con puentecitos de azúcar.

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