Los que defienden la corrupción

Los que defienden la corrupción

JOSÉ R. MARTINEZ BURGOS
Cuando salió a la luz pública en esta misma columna, nuestro artículo titulado «El Escándalo del Nuevo Capitalismo», algunos lectores amigos me observaron, que había olvidado, tal vez, expresamente, incluir entre las modalidades del nuevo capitalismo, la corrupción, tan común en nuestro medio, no sólo en el sector público sino también en el privado la cual es utilizada como medio para engrosar riquezas no muy claras, que digamos.

Muchos entendidos en la materia, señalan que la corrupción administrativa o política se desarrolla en todos los países, en todos los gobiernos y en todos los sectores que generan la producción, es decir que la enfermedad, llamemosla así, se genera tanto en las dictaduras como en las más modernas democracias. En ambos casos aparece en cualquier momento la fruta podrida que contagia a toda la sociedad, sin embargo, en las democracias, a veces este virus aparece a la luz pública y son sancionados los culpables, es como dice el refrán «quien las hace las paga», por lo menos con la sanción moral, el rechazo y el repudio de la ciudadanía, pero existe una corrupción, la sumergida, la que aparentemente no se ve, la que se ignora por conveniencia y que tiene vehementes defensores en todos los estratos que se benefician de ella. Esta es la peor corrupción, porque es difícil de sancionar y extirpar.

Cuando nos iniciamos en la vida democrática, después del 30 de Mayo de 1961, la palabra corrupción hizo su aparición en el quehacer político, se confiscaron empresas y personeros de la tiranía, era que al parecer nuestras narices no percibían el tufo de la descomposición de la sociedad durante todos esos años de la negra noche trujillista, porque además, estábamos obligados a mantener las bocas cerradas y de momento, una impaciencia, poco usual de la época, con carácteres de obsesión, nos lanzó a descubrir las frutas podridas, sobre todo por parte de aquellos «revolucionarios de izquierda» acabamos de salir de la clandestinidad, que hacían alardes de honestidades de una pureza inmaculada con grandes deseos de poner el dedo en la llaga ajena, de hallar los centros originarios de la descomposición acabar de una vez con el problema, pero, amigos, han pasado 44 años desde que nació la democracia y lo que parecía un problema que quedaba resuelto con la eliminación de la tiranía, se ha convertido en una verdadera epidemia, cuya vacuna no ha sido posible obtener todavía, porque no se han tomado las medidas de lugar para si no exterminar el flajelo, por lo menos reducirlo al mínimo; valdría la pena, preguntar ¿Qué estamos haciendo todos los dominicanos conscientes del peligro de la enfermedad llamada corrupción para combatirla, para destruirla de una vez y para siempre?

¿Hacemos algo verdaderamente efectivo? ¿Hemos hecho algo significativo, para quitarnos de arriba el soborno, las comisiones ilegales, los negocios obscuros como la noche, las influencias malsanas, el aprovechamiento deshonesto del cargo público o privado, el enriquecimiento ilegal, el contrabando, los arreglos escandalosos, el reparto de prevendas, las protecciones ilegales, en fin todo ese calidoscopio de maniobras que hacen más ricos, a los más vivos, a los sin escrúpulos y a los prepotentes?

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