No debe hacer mucho tiempo de que el  caer un aguacero se convirtió en  inusual. En esa ocasión, cuando los ojos se voltearon hacia  lo alto, contemplando esperanzados el cielo nublado, tal vez no pensamos lo que ocurría. Y no nos preguntamos el porqué era posible que tan solo ver el cielo “entoldado” nos hiciera renacer el entusiasmo.

Eso le pasó al ciudadano común, de la calle, que soporta elevadas temperaturas, al productor agrícola con la finca preparada, esperando el agua  para sembrar, al ciudadano de la ciudad con la cisterna seca, con su jardín con plantas tristes y el patio polvoriento.

Pero,… y ¿qué es lo que ha pasado? Muchas cosas. El campesino que no tiene acceso a otro combustible corta  árboles para leña, el comerciante del carbón corta los árboles, las empresas constructoras, los urbanizadores,  cortan los árboles, los haitianos nómadas cortan y cortan los dueños de fincas, y los incendios devastan los bosques, y así…

El Gobierno que hace la carretera extrae materiales de  ríos, las avariciosas granceras, los dueños de camiones de volteo y todo el que quiere  los saca de los ríos. Menos árboles, menos ríos, mayores temperaturas. Y ahora, cuando cae el agua, es porque hay una tormenta tropical o  una vaguada; pero no llueve como antes,  Ya llover es una noticia.

Por eso es que cuando surgen empresas  que devoran árboles en la zona oriental, e ve como  normal. Y se ofenden con toda naturalidad cuando alguien los denuncia, porque ellos son “inocentes”, no son culpables de habernos robado la lluvia. Ellos están “contribuyendo con el progreso, creando fuentes de empleo” y chantajean con irse del país.

Menos mal que existen los que no tienen nada que perder,  los Genris, los Roberto, y quizás los Pedro, los Daniel, los Alcibíades, los Juan y muchos que no conocemos, pero que aman la lluvia, los ríos, los bosques y la vida. Todavía existen esos, a los que les gusta ver llover y  si es necesario están prestos a enfrentar a cualquier multinacional de baja ralea que les robe la lluvia.