En 45 días, en el Partido Republicano arrancan las elecciones primarias y asambleas electivas (caucus en inglés), la caldera de ese partido político está a punto de explotar. El caos, desconcierto, falta de rumbo, insultos a granel, en fin, un desorden mayúsculo arropa al Gran Old Party – GOP – o sea, al partido que fundó Abraham Lincoln.
El génesis del desorden y desasosiego tiene nombre, – Donald Trump -, su última andanada tiene un sabor islamofóbico. La semana pasada, el magnate inmobiliario y showman arremetió contra los que siguen la religión del islam. Amenazó, si llega a ser presidente, vetar temporeramente la entrada al país de los musulmanes, cerrar todas las mezquitas y registrar, a los ocho millones que viven en la nación.
Todo esto va en contra de los valores del pueblo estadounidense y de la libertad de cultos, uno de los valores más preciados, los cuales sirvieron para fundar el país. Todo esto tiene a los republicanos con las patas para arriba.
Donald Trump tiene al GOP secuestrado. Cuando irrumpió como candidato presidencial el pasado verano, su primer acto fue declarar que México estaba enviando criminales, violadores y narcos al país. Que además construiría un muro entre los dos países y que México tendría que pagar por ese muro. Luego, insultó a las mujeres, a los veteranos de guerra. Fue tan lejos, que se atrevió a señalar a John McCain (antepasado candidato presidencial republicano) como un cobarde.
La semana pasada dijo que “si los otros candidatos no me tratan con respecto y decoro y además no reconocen que voy arriba en todas las encuestas, las opciones están abiertas para formar una tercera fuerza”, o sea, coger la polvorosa.
Esa acción violaría el acuerdo que firmó en septiembre pasado con el presidente del Partido, donde se comprometió, a reconocer y apoyar al que gane las primarias.
La extorsión de Trump es sencilla, si me critican, pongo tienda aparte – organizo un tercer partido – y me llevo de 10 al 15 % del voto nacional – a la Ross Perot en el 1992-. Y si me quedo, no permito que nadie me gane. Escojan ustedes, palos si boga, y palos si no bogas.
Los otros candidatos no se atreven a criticarlo – especialmente el súper evangélico Ted Cruz – pues calculan, que si Trump se desinfla, ellos heredarían sus seguidores. Pero el más perverso de todo es Marco Rubio, vendiendo políticas fallidas de los neoconservadores y puntos de vistas sociales obsoletos, calla miserablemente en criticar a Trump.
El cubano-americano Rubio es un político de la “generación de los vagos”. Se ha ausentado más de 40% de su trabajo del Senado, no asiste a las numerosas audiencias del comité de Relaciones Exteriores a que pertenece. Su plan es recortar los impuestos a los súper ricos y a las grandes corporaciones. Además, se opone al aumento del salario mínimo, igual como se opuso a la legislación que habría permitido a los jóvenes re-financiar sus préstamos estudiantiles.
En mi próxima columna, ampliaré sobre este dúo, Cruz-Rubio, que mal representan a los hispanos.