Los retos de la política exterior dominicana

Los retos de la política exterior dominicana

POR MARÍA ELENA MUÑOZ
Fueron los grandes descubrimientos geográficos de finales del siglo XV, que le ofrecieron a los Estados feudales el destino de una gran potencia. Porque tales hechos, obligaron a dichos Estados a sacudir su modorra milenaria, romper el manto de sombras que cubría occidente, abandonar la cómoda pasividad de sus castillos; y cambiar de actitud.

Especialmente de aquella que inmortalizara Sancho, la de suspender sus combates surrealistas con los molinos de viento, para enfrentar los desafíos concretos que planteaba el colonialismo, el nuevo orden internacional, había surgido de la epopeya descubridora.

Pero España que había sido la empresaria y protagonista de tales eventos, y luego dueña del vasto, rico y fabuloso imperio colonial emanado de los mismos, no pudo aprovechar aquella grandiosa coyuntura en que la había colocado la historia. Tampoco pudo asumir los retos que de ella derivaron, por razones ligadas a su desarrollo histórico, como fueron entre otros, la dominación árabe de 800 años, y la expulsión de los judíos, por parte de la Santa Inquisición, quienes conformaban el núcleo mayor de la burguesía naciente. Estos al partir, se llevaron en sus alforjas, sus capitales, sus fábricas, sus bancos, etc., además de que esta acción liquidó allí las nuevas fuerzas sociales, que hubiesen podido impulsar a la península ibérica a participar en el citado nuevo orden, que la pondrían en condiciones de dar el salto de feudalismo hacia el capitalismo.

Por eso fue que la nobleza medieval sustentadora del viejo orden, para frenar el avance de las citadas flamantes fuerzas, que promovían el nuevo, y que amenazaban con irrumpir en Europa y desde luego en América; diseñó una política internacional, cerrada, retardataria y excluyente. Porque en lugar de alentar el progreso y la expansión; dejó a España sumida en el atraso y el aislamiento y a la postre de la decadencia de su imperio colonial, la política monopolista española.

Los lineamientos fundamentales de tal política, apuntaban a la prohibición del intercambio comercial de las colonias con cualquier otro país que no fuera la propia metrópoli. También prohibían a los buques extranjeros el acceso a las vías oceánicas que conducían al Nuevo Mundo.

La respuesta de las potencias manufactureras, que se encontraban en pleno desarrollo capitalista, y que por lo tanto se perjudicaban con dichas restricciones fue contundente. Pues estas, Holanda, Inglaterra y Francia, concientes de que ellas tenían todo lo que le faltaba a España para aprovechar el río de riquezas y materias primas que venían de América, como eran fundamentalmente una rica burguesía, talleres manufactureros, para participar en la carrera colonialista, aquella que proporcionaba las posesiones de ultramar proveedoras de materias primas y al mismo tiempo, las poseedoras de los mercados naturales donde depositar los productos elaborados, ambos factores imprescindibles al desarrollo capitalista. Sin Armadas de esta férrea convicción, dichas potencias formularon la política de expansión colonial, basada en postulados y objetivos que contravenían frontalmente el monopolio español: al lineamiento de mar cerrado, le opusieron el de mar abierto. Al de la prohibición de intercambio comercial, el de la apertura. Ambos destinados al hacerse efectivos por la ley o por la fuerza. De esta contradicción nació el contrabando en nuestra isla, y más adelante este tráfico ilícito trajo la castración política de la citación posesión de La Española.

Porque si el contrabando que fue la respuesta obligada a la incapacidad de España de responder a las necesidades de sobre vivencia de los pobladores del territorio insurrecto, no se hubiera incubado entre irreverencias al monopolio y a la fe, o sea contra la Iglesia y el Emperador, jamás el castigo devastador, hubiera llegado junto a tales jerarquías usurpadas. Otra cosa hubiese sido, si en lugar de una diplomacia de puertas cerradas se hubiesen establecido la de los puertos libres, como más tarde, con una gran visión de futuro, lo sugiriera -el Arz. Dávila y Padilla, frente a la amenaza de la Apocalipsis devastadora. Pero ya era tarde hasta para el daño. Incluso el remedio fue peor que la enfermedad. Aconteció todo aquello que el viejo orden feudal quiso evitar con el monopolio y la catástrofe despobladora.

Pues fue en el espacio cedido al fuego, entre humo y cenizas, que se infiltró el capitalismo en América. Fue el día en que Francia proclamó su primera colonia en el continente, la del Saint-Domingue Francés. El mismo día que capituló el imperio colonial, parte del que había conformado Carlos V; tan grande «que ni el sol había osado ponerse en él». Era el principio del fin. Solo que esta vez no había sido culpa del tiempo, sino, de España.

De esta dramática experiencia vivida por la metrópoli, deben nuestros países latinoamericanos sacar lecciones positivas, tal como lo hemos reiterado en varias ocasiones. Es el espejo a mirarse. En especial, cuando recordamos que como España a finales del siglo XV y nosotros a principios del XXI, estamos colocados en un contexto innovador, que se da en la comunidad internacional en la actualidad en función de las estrategias de globalización que promueve el nuevo orden mundial.

Así como nuestra llamada «Madre Patria» tal como lo exponemos más arriba, se vio colocada ante enormes posibilidades de riqueza y desarrollo en su condición de metrópoli descubridora, allá a finales del siglo XV; también nosotros aunque  desde nuestra pequeña dimensión insular, disfrutamos de ciertas ventajas y privilegios altamente aprovechables en este contexto externo. Entre otros, podemos mencionar la envidiable ubicación geográfica y estratégica de nuestra isla, situada en el centro del Caribe, y en la boca de los todos los continentes, al decir de algunos navegantes colonizadores. O en «el mismo trayecto del sol», como sugiere la hermosa metáfora de Pedro Mir, el Poeta Nacional, fallecido hace unos años.

Sin embargo, tales privilegios, diferente a España, los debemos encaminar hacia el progreso y no hacia el atraso. Todo depende, en primer lugar, de las premisas fundamentales a considerar, al momento de identificar los retos, los grandes desafíos de nuestra política exterior a enfrentar; para que la misma pueda adecuarse a los nuevos tiempos.

En este contexto creemos que la premisa más importante, es la que hemos analizado más arriba, relacionada con las barreras seculares que imponen las economías cerradas que nos dejo como herencia colonial la metrópoli ibérica, basadas en el monopolio y la exclusión; las cuales entran en franca con tradición con la dinámica expansiva que prima en la comunidad internacional en la actualidad; marcada por la apertura y la competitividad.

Tal contradicción podría tener consecuencias tan funestas como aquella que como lo apreciamos antes, condujo a la castración de la isla, por lo que creemos que el reto más importante y primario, nace de esta premisa original: Derrumbar las mencionadas murallas para abrir nuestros aparatos productivos hacia los nuevos mercados en aplicación de las mencionadas estrategias de globalización que promueve el nuevo orden, preferiblemente concebidas desde las perspectivas humanísticas del Santo Padre, que son las que a su juicio, pueden debilitar las del capitalismo salvaje, como identifica el sistema neoliberal, aquel que estimula un desarrollo desvinculado de los más altos intereses de los pueblos; algo que analizaremos en la próxima entrega.

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