Muchísimos poemas son excrecencias superfluas de la sentimentalidad de los artistas. El poema, en verdad, es un lujo del organismo del poeta. Además de trabajar, comer, defecar, el poeta produce poemas que nadie exige o solicita. La gratuidad del poema es garantía de su autenticidad, que no de su posible belleza o “adecuación estética”. Los poemas tienen un emisor y un receptor; el poeta los crea, el lector los disfruta. Cuando eso ocurre es correcto hablar de “adecuación” entre el uno y el otro. Como es obvio, no sucede siempre así.
Un escritor “palabrero” puede llegar a ser un verbalista vacío, cuyos textos carezcan de contenido real y pulpa vital. Las filigranas retóricas no consiguen esa adecuación entre el lector y el escritor, que es esencial en la “transmisión” literaria, en la comunicación escrita. Gómez de la Serna, tan amigo fue de las palabras, que incluso dibujó un “abanico de palabras” para obsequiar a Sonnia Delaunay. Pero es justo añadir que Gómez de la Serna “palabrizaba” a partir de realidades concretas, que podían ser sociales o psíquicas, personales o colectivas, pero firmemente ancladas en el mundo y en el arte existente, nuevo o viejo.
El hombre necesita inventar palabras para nombrar realidades nuevas. La metáfora es un recurso para atrapar esas realidades nuevas, entrevistas confusamente. Las metáforas viejas son el origen de las palabras conocidas, establecidas ya en el diccionario, con “licencia” para ser escritas y pronunciadas en todas partes. Las metáforas nuevas son palabras nacientes, todavía sin exequátur para ejercer como vocablos en documentos utilitarios. Solamente los textos gratuitos toleran metáforas recién inauguradas, esto es, renacuajos léxicos que más tarde se convertirán en grandes sapos expresivos.
El desarrollo y crecimiento de una lengua ensancha las posibilidades intelectuales y sentimentales del conjunto de sus hablantes. Cada nueva palabra abre una callecita mental y “autoriza” la urbanización de una parcela de los “mundos posibles”. Por último, ventriloquear es un verbo que podría muy bien usarse para designar aquellos esfuerzos verbales o literarios que no son más que gases de la barriga, locuciones del vientre. Todo lo contrario del arte magnífico de “palabrizar” las intuiciones para ofrecer -con precisión- nuevas tajadas del gran pastel de la realidad. (2012).