Los saudíes en el libro de Clarke

Los saudíes en el libro de Clarke

QUIZÁ el punto más oscuro de la invasión de Irak esté en Arabia Saudí. Hoy sabemos que no había conexiones entre el régimen de Sadam y Al Qaeda, más bien odio acumulado de Bin Laden por los laicos iraquíes. Bagdad no representaba peligro mayor para Estados Unidos ni para ningún país occidental: había tenido armas químicas y biológicas pero había renunciado a ellas después de la guerra de 1991.

En 2003, Sadam, envejecido, se había lanzado a la novela, pasión tardía. Cuando vio la invasión encima, llamó a Washington para anunciar que todas sus instalaciones militares estaban abiertas, no ya a los inspectores de la ONU sino a los del ejército americano. Demasiado tarde, muchacho: vamos a invadir.

Hay elementos estratégicos, energéticos y otros que explican la invasión aunque no la justifiquen. Se habla poco de un problema de fondo, muy guardado por los militares americanos, la inadecuación de su ejército. Estados Unidos tiene 10 veces más aviones Stealth de los necesarios en Irak, y tiene un ejército de Tierra que no alcanza a media guerra de Irak. También hay elementos de venganza: nada que ver con venganza del 11-S. Las Torres van por otro lado. Venganza edípica, contra el padre. Y resurge, sobre todo, una clave, Arabia Saudí. Añádase el fundamentalismo evangelista: apenas con un 3 por ciento de la población americana, pero entre sus miembros está, mire usted por donde, George W. Bush. Los fundamentalismos se retroalimentan con atentados como el del 11 de marzo en Madrid.

Hay un arsenal de datos en el libro de Richard A. Clarke *Contra todos los enemigos+ (Taurus, 2004). El autor fue durante 11 años responsable de contraterrorismo en la Casa Blanca. Posiblemente Irak fue atacado porque los atentados del 11-S se habían planeado en Arabia Saudí. Los saudíes mantienen su monarquía gracias al olfato de algunos príncipes. La corona saudí vive en sus contradicciones, con un país vigilado por el otro fundamentalismo, wahabí. Había que mantener a toda costa el aprovisionamiento petrolífero procedente del reino.

Pero había quizá otra razón, no confesable. Los saudíes en el poder eran obsequiosos a título privado con los decisores americanos, y a escala menor con los de otros países compradores. Bush necesitaba retirar las fuerzas americanas de territorio saudí. Bush padre se había comprometido a abandonar aquellas bases tan pronto como Sadam fuera derrotado. La guerra se ganó, y las tropas americanas se quedaron durante 12 años. La presencia de extranjeros en torno a los lugares santos era interpretada por muchos saudíes como una ofensa insoportable. Bush y sus neocon habían trazado un plan antes de llegar a la presidencia. El pretexto para salir de territorio saudí e invadir Irak era urgente, imperioso. El 11-S lo había avivado. Bush exigía cargos contra Sadam con tal claridad que resulta a la vez terrible y cómico. Hacían falta nuevos proveedores de petróleo, hacía falta una legitimación formal, hacían falta las ADM. Por eso, cuando Sadam levantó las manos y se puso a las órdenes del ejército americano, se le contestó: es tarde. La salida de territorio americano de 300 saudíes, sin la menor revisión ni trámite judicial, con permisos especiales de la Casa Blanca, 24 horas después del 11-S, con los aeropuertos cerrados, resulta extraña. (ABC)

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