Los semáforos se colocan para regular el tránsito de vehículos de manera que se eviten los atascos que tanto dinero, molestias y calentamientos provocan.
Para la colocación de uno de estos equipos, se estudia el volumen de tráfico, sus horas de mayor intensidad en una y otra dirección, para, con los resultados de estas mediciones a manos, decidir, a cuál de las vías se le asigna un menor tiempo de espera para que haya mayor fluidez en el tránsito.
Se colocan medidores que cruzan la calle de uno a otro lado, los cuales se usan para contar el número de vehículos, el horario de mayor y el de menor tráfico, en una palabra: el azar no interviene en la colocación de un semáforo en una de las esquinas de mayor densidad de paso de vehículos.
Aunque hace tiempo que se ofrecen semáforos inteligentes, que saben cuándo dar paso en una u otra dirección porque el volumen de tráfico lo demanda, no se han colocado porque eso es demasiado para la estrecha visión de nuestras autoridades.
¿Quién ha dicho que el ministro Tal o el general Cual va a soportar que el semáforo regule su paso por las calles de la ciudad? Su ego es mucho mayor que la más ancha de las calles, que para algo es un jefe y saltarse un semáforo no constituye una infracción, al fin y al cabo, las leyes las hacen las autoridades.
Entonces, el primer primero es crear una modificación profunda a la Ley de Tránsito de Vehículos que regule el tráfico de vehículos, transporte de pasajeros, transporte de cargas, libertad de comercio en el transporte de pasajeros y cargas, distribución de las líneas y horas de tráfico por las distintas vías urbanas y suburbanas.
Como ya están creadas la Policía Metropolitana y la Policía de Caminos, hay que poner esos cuerpos a trabajar.
Los agentes de la Policía Metropolitana de Transporte están autorizados a intervenir el semáforo en cualquier esquina de alto tráfico, a cualquier hora, cuando el tránsito es más denso, cuando fluyen más vehículos, lo cual fue medido y está previsto en la programación del semáforo, pero no importa.
El semáforo desconoce que el agente nunca condujo un carro, nunca compró un galón de gasolina, pero tiene la autoridad para permitir, caprichosamente, que las señales cambien una y otra vez mientras autoriza el tránsito en una sola dirección.
En ese momento, el tránsito no camina obedeciendo a la señal del semáforo en rojo o en verde, en ese momento el que dirige el tráfico es el tercer ojo: el ojo de buen cubero.
Las autoridades actúan como si ignoraran que tanto va el cántaro al pozo hasta que se rompe.