Los sentidos histórico-políticos de “Llena el morrito”

Los sentidos histórico-políticos  de “Llena el morrito”

Con letras del poeta horacista-trujillista-antitrujillista Emilio A. Morel (1887-1958) y música de Julio Alberto Hernández, este merengue data de 1926 según Luis Manuel Brito Ureña (El merengue y la realidad existencial de los dominicanos. Bachata y nueva canción. (Moca: Unigraf. (1997: 137) y postulo que posee dos contextos lejanos: el de la historia del horacismo de 1924 a 1930 y el de su re-enunciación durante la coyuntura noviembre1961-diciembre 1962, extensible hasta el Triunvirato, que derrocó el gobierno de Juan Bosch, y desapareció de la radio después de la insurrección de abril de 1965.

El perfil de Morel y la intelectualidad trujillista lo documentó Rufino Martínez en “De las letras dominicanas” (SD: Taller, 1996: 96-98) y “Hombres dominicanos. Trujillo y Heureaux” (SD: Del Caribe, t. III, 1965). Los libros publicados y los cargos ocupados por Morel en la Era de Trujillo figuran en Néstor Contín Aybar, “Historia de la literatura dominicana” (SPM: UCE, t. III, 69-70).

En aquel lejano 1926, ¿en contra de cuál situación combatían Morel y “Llena el morrito”? Excluidos del horacismo, tanto Morel como otros periodistas y publicistas se opusieron rabiosamente al intento de Vásquez de prolongar su mandato a dos años en 1928 y al peligro de modificar dos veces la Constitución para reelegirse en 1930 y gobernar hasta 1934. Ante este peligro de exclusión de la gracia horacista, Morel, Rafael César Tolentino, Francisco Espaillat de la Mota, Tomás Hernández Franco, Rafael Vidal Torres y afines, buscaron cobijo seguro a la sombra del Brigadier Trujillo y otros que no buscaron de inmediato esa protección, como Juan Bosch, alertaron acerca del grave peligro que se cernía para el país y su libertad desde la mansión presidencial. Los artículos periodísticos de estos hombres figuran en el libro de Bernardo Vega, “El 23 de febrero de 1930 o la más anunciada revolución de América” (SD: FCD, 1989).

Según Luis Alberti, la estructura del merengue tradicional, y “Llena el morrito” no es una excepción: “…consta de tres partes: Paseo, formado por ocho compases sin repetición; merengue, primera parte bailable compuesta de 16 ó 32 compases repetidos; el jaleo viene siendo la última parte bailable, que a manera de estribillo se repite varias veces hasta finalizar en una coda. El jaleo se compone de cuatro u ocho compases” (“De música y orquestas bailables dominicanas”. 1910-1950”. SD: Taller, 1975:78). La tambora lleva siempre el ritmo. Si la estructura definida por Alberti no existe, la pieza es otra cosa.

La forma es fija, como la del soneto, pero las letras sujetas al ritmo, con el que forman sistema, varían. La partitura es deudora de la semiótica (Benveniste) y las letras liberan sentidos a partir del análisis del discurso. Los especialistas de ambos registros determinan cuándo un merengue cambia forma musical y sentido. El registro verbal no cambia ideologías, como lo haría un poema, pero produce fracturas en su sistema. ¿Son concomitantes las fracturas ideológicas y las variaciones de lo formal-musical?

Al no ser especialista musical y no poder determinar si hay fractura musical para 1926, me contraigo al examen de las letras de “Llena el morrito”. Aquí sí hay fracturas a la ideología del clientelismo y el patrimonialismo como sistema político dominante implantado desde el nacimiento mismo de la república. Pero el sujeto que escribe las letras –Morel– participa de ese clientelismo y patrimonialismo. Lo que obliga a repetir la frase de Henri Meschonnic: “Quizá la ideología del texto no sea la misma que la del autor”. Esta es una de las características distintivas de la obra de valor literario.

Pero la música popular no tiene por objetivo crear obras de valor literario. Si lo fueran, no habría distinción entre ambas. El género de música popular a lo más que alcanza, como ideología, sería a lo que Roland Barthes llama un plural parsimonioso. A esto llega “Llena el morrito”. A veces sucede que el Poder de Estado o sus instancias no toleran ese plural parsimonioso, como ha ocurrido a través de la historia musical dominicana con muchas obras. Verbigracia, al propio Morel le prohibieron en 1926 su merengue “El acueducto” (Brito Ureña: 156), así como Balaguer personalmente prohibió en 1967 dos merengues de Enriquillo Sánchez (“El guardia con el tolete” y “Pa’ qué lo tumbaron”) y Espectáculos Públicos requintó el edicto con trece prohibiciones. Sin contar los peligros que asecharon a Johnny Ventura por “El tabaco es fuerte” o en la Era de Trujillo a Félix López por “La miseria” y “Siña Juanica”, o “El negrito del batey”, de 1947, escrito por Medardo Guzmán, sospechoso personaje que odia el trabajo tal como nos enseñaron los hidalgos venidos a menos desde la época del levantamiento de Roldán en 1494, o a Francis Santana por “Massá” en el trujillato. Sin contar los merengues y parodias que en contra de Trujillo fueron musicalizados en el exilio, que solo se escucharon en la radio de Venezuela, Cuba y Puerto Rico y los que analizaré en otra entrega.

Cuando Morel escribe: “La política se ha puesto/que es una calamidad”, queda implícito que hubo una época en que no era así, pero eso es falso. Afirmación que le permite al autor excluirse y excluir de la enunciación a quienes ahora son opositores a Horacio. Y el remate: “El que tiene un empleíto/se tiene que arrodillar” es uno de los resultados prácticos del clientelismo: mendigo agradecido del alicate político que le consiguió el cargo y reproducción, al infinito, de esa forma de hacer política que humilla y degrada al sujeto, pero donde se siente a sus anchas el politiquero patrimonialista.

Dice la segunda cuarteta: “La vergüenza se ha perdido/nadie quiere trabajar/sino vivir de la teta/de la vaca nacional.” El clima político de ayer bajo Horacio es semejante al de hoy. Autoritariamente, Trujillo obligó a todo el mundo a trabajar para su acumulación personal de riquezas. Después de 1961 vino el caos del cual se hace eco el merengue de 1926 re-enunciado en 1962 por Simó Damirón y Chapuseaux. Solo que no hay “vaca nacional”, metáfora bovina inventada por Morel para simbolizar la “nación” y que el 99% de los dominicanos cree, a pie juntilla, en su existencia. Esa creencia es su negocio redondo. Aquí no hay Estado nacional. Sin seguridad jurídica, sin territorialización, con el monopolio de la violencia repartido entre particulares, con la justicia politizada y privatizada, solo un loco de atar cree que en esta “porción de humanidad” existe un Estado nacional al mismo título que los surgidos en Europa y Estados Unidos en el siglo XIX.

Tercer cuarteto: “Unos quieren a Fulano/otros quieren al Doctor/unos son independientes/otros de la oposición.” El Fulano alude a la multitud de aspirantes a suceder a Horacio: Vicini Burgos, Elías Brache, Federico Velázquez, Martín de Moya, Trujillo, según la lista de trece aspirantes que aporta Vega (op. cit., p: 13). El Doctor se refiere al vicepresidente de Horacio, el médico José Dolores Alfonseca. Los independientes son del partido de Rafael Estrella Ureña; la oposición, alude al resto.

Tercer cuarteto: “Todos por el bien supremo/se quieren sacrificar/pero la sacrificada/es la vaca nacional.” Esta estrofa simboliza la demagogia, el engaño y la mentira de los politiqueros criollos que medran al amparo del clientelismo y el patrimonialismo que caracterizan nuestra “porción de humanidad” y sus habitantes desde 1844 hasta hoy. (Continuará).

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