Los siete pecados capitales de los políticos dominicanos

Los siete pecados capitales de los políticos dominicanos

Ahora que se discute insistentemente en los círculos  políticos e intelectuales la crisis política del país, quiero contribuir en algo a identificar algunos de los males que afectan directamente la cultura política y acción pública de buena parte de quienes hoy en día abrazan esa actividad como su carrera profesional,  identificando los que podríamos llamar los siete pecados capitales del quehacer político dominicano.  Veamos:

1) La casi ausencia de formación científica, humana y ética que se debe tener para ejercerla; y lo que es peor, su desprecio olímpico por ésta.

2) El antintelectualismo, o rechazo“ a los teóricos” y de toda racionalidad en el quehacer público, en nombre de objetivos prácticos inmediatos, algunos  “non sanctos”.

3) La confusión de las tácticas, o recursos para enfrentar una situación o acciones concretas en la realidad inmediata; con los objetivos estratégicos a alcanzar a mediano y largo plazos, los que deben tomarse en cuenta en cada paso táctico que se dé.

4) El irrespeto  casi absoluto a las instituciones y normas establecidas, en beneficio de los deseos, ambiciones personales y grupales, lo cual nos ha impedido avanzar como pueblo.

5) La ausencia de coherencia o continuidad en las acciones o posiciones  políticas que se emprenden; su ordenamiento y relación con las coyunturas; así como en los trabajos organizativos.

6) El privilegiar el clientelismo burdo,  el electoralismo, el oportunismo y el transfuguismo, dejando de lado la búsqueda de prosélitos y aliados basada en principios, intereses comunes y afinidades reales.

7) El afán  desmedido de escalar rápidamente  en los órdenes político y económico, a  base de la corrupción, el chisme  y el abuso de poder que prevalece cada día más. Esos son los  principales vicios de la actualidad política dominicana; aunque realmente éstas no constituyen un monopolio exclusivo del país,  pues se da aunque en menor  grado  en el resto de América Latina y el mundo lo que incluyen no solo a los partidos, sino por lo menos a las empresas no familiares y a los sindicatos.

Si a esto añadimos la  desorientación ideológica, que hace ver con recelo cualquier actitud ética o doctrinaria: la pugnacidad hacia los compañeros y cierto “espíritu de colmado” que prevalecen a la hora de asumir decisiones importantes, que llevan a tratar de descalificar a cuantos parezcan potenciales aspirantes en la dirección de un partido o del Estado; se explica la tendencia a la división de cualquier  partido o agrupación a la que se pertenece, con sus nefastas consecuencias para nuestra vida institucional.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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