Los siete terribles

Los siete terribles

Una de las primeras informaciones sobre la llamada “masacre de Baní” daba cuenta del historial delictivo de los muertos. ¡Dios mío, me dije, le habíamos dado las llaves de la celda al mismísimo preso! Y me lo dije de este modo para no repetir el tradicional aforismo de que la Iglesia está en manos de Lutero. Porque –y debe el pueblo plantearse esta interrogante- ¿cómo es que las autoridades tenían conocimiento de ese “prontuario delictivo”, como se afirma hoy día, y esa gente estaba tan tranquila?

Ninguna explicación será satisfactoria. Podrá argüirse que mantenían una conducta irreprochable. Se esgrimirá como excusa alternativa que el historial delictivo correspondió a actuaciones en otros países. Y no faltará, porque nunca falta alguien así, quien alegue que aquella parecía gente de lo más buena. Fue preciso que desconocidos penetraran la propiedad en que vivían, disparasen a diestra y siniestra y los matasen, menos a uno, para que las autoridades despertaran.

Tan alto como el revuelo de la matanza es también el ruido introducido en esta historia por el Senador por la provincia Peravia, Wilton Guerrero. Conforme acaba de revelar, a pocas horas del homicidio múltiple, él elaboró su propio “prontuario delictivo”, y quiso ponerlo en manos de varias autoridades. Pero el historial elaborado por el Senador quemaba las manos. Otros “prontuarios”, en cambio, olían a rosas.

Por supuesto, tras los asesinatos no puede quererse nada respecto de los asesinados. Carece de sentido pedir a las autoridades que los investiguemos. Y reconozco que constituye tremenda labor iniciar un expediente por cada visitante que penetra nuestro territorio. No pido tanto. Sin embargo, en el caso de que el prontuario tan rápidamente dado a conocer a la opinión pública tras la masacre, hubiera llegado a manos dominicanas con antelación, se imponía averiguar qué hacía esa gente entre nosotros.

Lo primero consistía en averiguar respecto del lugar elegido para pernoctar. El historial de los mismos habla de drogas. Han escogido una vivienda cercana a playas. ¿Por qué? No hacen vida de familia, puesto que son un montón de hombres, hacinados en una casa con piscina, en la que no han echado agua. ¿Por qué? Y de este modo continuarían los por qué, uno tras otro, respecto de la vida de los que hoy no son sino cadáveres de antiguos traficantes.

Las revelaciones del Senador Guerrero son graves. En otro país, con otras consideraciones, su pronunciamiento habría motivado cuando no remociones, renuncias. Pero no aquí. Porque, como bien lo decía en una guaracha el difunto Milton Peláez, por eso estamos como estamos. Pero lo acontecido a los siete terribles debe ser una lección.

Tal vez no para nuestro pueblo que, como puede notarse, no siente ni padece. En cambio, si las autoridades quieren tener un rostro sin marcas vergonzosas, están obligadas a transformarse a partir de la llamada “masacre de Baní”.

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