El seguimiento estadístico a la campaña contra los contagios del coronavirus, mortalidad y recuperación de pacientes indican un esperanzador grado de control epidemiológico. Mayo, mes de prueba crucial para las medidas emprendidas con urgencia y movilización de recursos, cerró con 9,506 pacientes dados de alta y 189 defunciones después de haber sido 256 el mes anterior. Los contagios sumaron 10,284. En este momento solo el 35% de los espacios hospitalarios para casos de coronavirus están ocupados. Regionalmente la pandemia aparece en contención fuera de los grandes focos capitalinos; y contra algunos pronósticos, los primeros resultados de la desescalada son satisfactorios aunque sigue pendiente un balance definitivo sobre la reapertura por fases de acciones productivas.
Deplorables vienen a resultar las privaciones de movimiento por toque de queda y los destructivos ceses de la educación a todos los niveles. Un costo elevado para la debida protección ciudadana junto a otros drásticos impedimentos de reuniones para fines religiosos y de esparcimiento. Gran parte de la nación ha aceptado constreñimientos de mucho peso en su interrelación social. Solidaridad y civismo ante una grave amenaza a la salud colectiva. Es un alivio que las indisciplinas, evidentemente minoritarias, no reflejen todavía los efectos erosionantes del proceso que se temían. Debería sancionarse más.
Huir como el diablo a la cruz
Al privar al país de ver a sus candidatos presidenciales bajo el fuego de preguntas e inquietudes por saber mucho más de lo que ellos abundantemente prometen, los presidenciables no han hecho un simple desaire a ANJE. Dejan nueva vez al electorado sin oportunidad de conocer en vivo y directo por TV la forma en que se diferencian y contradicen esos turpenes, negando chance a que pueda salir a la luz aquello que los haga objetables.
Los liderazgos más sobresalientes del oficialismo de 20 años han sido enemigos acérrimos de airear sus reales intenciones políticas; rehúyen dar frente al escrutinio a que tanto derecho tienen la prensa y sectores civiles. Son los que más impiden practicar la libre confrontación de ideas, propia de democracias verdaderas. Son los que han convertido la sede del poder en un erial noticioso.