Es como un corolario. Pensar que el pez que está en el río o en el mar no bebe agua, como también es imposible pensar que los servidores de cualquier gobierno no tomen dinero para sí en sus tareas cotidianas, porque lo anormal es que alguien no viole su compromiso de lealtad al pueblo cuando le otorgan un alto cargo o por alguna condición económica, cuando existe dinero de por medio. El dinero, ese maldito dinero, siempre es el objetivo final, y así vemos cómo actividades cuyo propósito final es el servicio público, se convierte en cosas sin sentido, a menos que la recompensa económica sea el caramelo que satisfaga al goloso. Por eso el insigne Max Weber, distingue entre los políticos que viven en la política y aquellos que viven de la política. Y estos últimos son los que se rebajan al nivel del enriquecimiento ilícito, porque de todos es conocido que el reino de la cleptocracia está lleno de oportunidades dentro de cualquier gobierno y es exacerbada por los contactos del crimen organizado. En verdad, la única deferencia entre policías y ladrones reside en que los primeros llevan uniformes y el funcionario que reaccione contra esto puede perder la vida.
La baja corrupción, por ejemplo en Singapur, ahogada entre vecinos se debe a que la burocracia está muy bien pagada con relación a los empleados privados y los funcionarios de otros países de su alrededor, pero desde luego bien penalizados en caso de desvaríos.
Como decía Jaime Campmany en el diario ABC de Madrid, en su columna “Escenas Políticas”, la única predicación que cabe es la del ejemplo: porque con los corruptos existe una regla de oro, que es, “con ellos ni pactos ni contemplaciones”, pues desde el punto de vista político, no resulta ganancioso gobernar, en ningún país, porque como sabemos la podredumbre en la vida política de República Dominicana está tan extendida, que es preciso cortar por lo sano.