Los tapones: símbolo del crecimiento económico

Los tapones: símbolo del crecimiento económico

A medida que se mejoran notablemente las carreteras principales y las calles de los pueblos, más placer produce el viajar por todas partes del país por el excelente estado de las mismas y más se pavonean los funcionarios del gobierno de que el mejor símbolo del crecimiento económico dominicano son los irritantes y prolongados tapones de las calles de la capital, Santiago y otras ciudades importantes.
El aumento indetenible del parque vehicular del país asombra y preocupa cuando todas las vías de las ciudades y carreteras nacionales se ven inundadas por toda clase de vehículos, desde el más simple motor para el delivery hasta el Lamborghini o Bentley más sofisticado del jugador de Grandes Ligas, del narcotraficante protegido e intocable, o del político bendecido por el disfrute de un cargo, donde hay mucha grasa y protegido por el poder.
El pasado mes de diciembre fue de locura y tormento de ansiedades sin fin, donde todos los sectores de la capital, desde el Polígono Central hasta el centro de Cristo Rey o de Los Mina estuvieron intransitables hasta por más de diez horas diarias y llevaba a la desesperación de los que se arriesgaban a salir a su trabajo, o buscar el regalo de la ocasión o comprar los alimentos y bebidas para sus celebraciones navideñas.
El gran beneplácito de los funcionarios gubernamentales, al ver esos irritantes tapones, era pregonar que se demostraba el sólido crecimiento como el mayor del continente de 6,6%, y ya con un ingreso per cápita superior a los $6,100 dólares anuales, confirmando, según ellos, que la pobreza había dejado de ser un problema y se enorgullecían lo que decía un indicador internacional de que el dominicano era el ser humano más feliz del hemisferio americano, sin profundizar en una conducta que para nosotros es entendible tal como lo afirmara el conocido y galardonado siquiatra César Mella el día de Nochebuena.
Según el gobierno, por el indicador de los tapones, la prosperidad nos arropa ya que el consuelo ahora es proclamarla cuando pasamos más de una hora para recorrer hasta 500 metros y por ende no importa el déficit fiscal y el alto nivel de endeudamiento con que terminó el año que se eleva casi el nivel para seguirle los pasos del desastre por el cual atraviesan los portorriqueños, de manera que hasta se podría pensar que en un futuro cercano volveríamos a recibir una inmigración boricua como la de principios del siglo XX cuando la danza de los millones por el azúcar del Este del país atrajo cientos de inmigrantes, no solo de la vecina isla y de Haití sino desde el lejano Líbano, convirtiéndose ésta con el paso de los años como la más laboriosa y decente inmigración cuya gravitación en la sociedad ha llegado a los más altos niveles del empresariado y de la política.
El aumento constante del parque vehicular es un contratiempo para asegurar que se podría hacerle frente a los tapones; la razón para que en el país nunca se llegará a una solución es la conducta agresiva y salvaje de los conductores. No existe un ser más amistoso que los dominicanos, pero cuando agarramos un guía en las manos ya nos creemos invencibles, y sin respetar las más simples reglas urbanas de la conducta, agredimos para ser los primeros en cruzar las calles, taponarlas para no ceder el paso al más tímido para no cruzarse o violar ya la acostumbrada luz de los semáforos.
Lástima que esa mala educación vial contrasta de cómo nos comportamos cuando conducimos en Estados Unidos, España y hasta en Venezuela donde parecemos santos varones salidos de un convento de clausura respetando todas las reglamentaciones que rigen en el tránsito en las vías públicas de esos países hermanos receptores de una buena oleada de inmigrantes dominicanos.
Si los tapones es nuestra marca país del progreso, pronto veremos cómo muchos conductores que permanecen atascados por más de dos horas en embotellamientos, fruto de una conducta agresiva y no ceder para darle paso quizás al que no tenga razón, aparecerán en las calles el negocio de la venta de envases urinarios y pampers desechables, tal como ocurre en Bangkok capital de Tailandia, donde la demanda de los mismos es enorme ya que allá los tapones duran hasta más de cuatro horas.

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