Los tecnócratas: su éxito

Los tecnócratas: su éxito

JOSÉ MANUEL GUZMÁN IBARRA
A finales de los ochenta apareció un nuevo actor político: el tecnócrata. Su presencia fue un fenómeno mundial. Su influencia se debió a que los votantes reconocieron que las utopías ideológicas habían sido decepcionantes. Alguien llegó al extremo de decir que las ideologías habían muerto. Aunque lo que de verdad pasó fue que una ideología, la del Consenso de Washington, se hizo hegemónica. En contraparte, las ideologías tradicionales, lejos de percatarse del signo de los tiempos, se aferraron más a sus discursos provistos de demagogia, pero desprovistos de buenos resultados. El asesor económico se mostraba poderoso.

El tecnócrata ganó tanto prestigio que hasta abandonó la frialdad del documento y la tranquilidad de la asesoría para subir al podio del político. Un buen ejemplo lo fue Salinas de Gortari, egresado de economía y con un prestigioso doctorado, quien logró -fraude incluido- la Presidencia de su país (1988-1994) con la promesa de llevar a sus conciudadanos al privilegiado club del primer mundo. Su plataforma ideológica, el Consenso de Washington, el TLC y algo que tardó más en hacerse explícito, el liberalismo social.

Un caso inolvidable, donde el tecnócrata usó las herramientas discursivas del demagogo tradicional, distanciándose del político y con un discurso anti-partidista fue Alberto Fujimori en el Perú. Su plataforma la sembró el desastre populista del APRA, el clima de violencia de la izquierda obtusa de Sendero Luminoso y la sinceridad de un candidato – Mario Vargas Llosa- que no supo dulcificar en el discurso su propuesta, también tecnócrata. Fujimori gobernó con las ideas de Vargas Llosa, aunque en un esquema autocrático.

Finalmente, Carlos Menem, un político profesional, que entendió las nuevas reglas montó su campaña en la realidad más cruda, la hiperinflación galopante que no había logrado atajar un político serio, pero menos flexible, Raúl Alfonsín. Desde la presidencia (1989) fundamentó su plataforma en el Consenso de Washington aplicada por un magnifico profesional, Domingo Cavallo, ideólogo del plan de convertibilidad, quien en principio le dio muchos éxitos al gobierno argentino.

En cada uno de esos casos, y otros que no mencionamos, como el de Collor de Melo, hubo muchas lecciones. Una puede ser la relación del tecnócrata y el político no siempre resulta bien. Ni siempre fue el político responsable con las políticas económicas recomendadas, ni siempre el tecnócrata supo respetar los límites de su ejercicio. Hubo muchos errores. El primero fue apostar demasiado a las bondades de la estabilidad y el libre comercio. Sin embargo quedó claro que el tema económico era mucho más importante que lo que reconocían los políticos tradicionales. Otro que se puede mencionar, confiar demasiado en la infalibilidad de los organismos internacionales, como el FMI y el propio Banco Mundial.

Todavía hoy, es ineludible la presencia de tecnócratas ligados al quehacer político. Hoy nadie puede gobernar y prescindir de un buen equipo económico. Sin manejo correcto de lo económico no hay gobernabilidad. Clinton, sobre el porqué habría que votar por él, había dicho: “Es la economía, estúpido”, señalando la influencia que la percepción de lo económico tiene en los votantes. Clinton se reeligió sin dificultad porque respetó los límites, siguió el principio enarbolado.

Los límites del político están en lo económico; pero eso hizo que algunos tecnócratas perdieran de vista que también es verdad al revés, que el límite de lo económico está en lo político. En el momento en que se pierde de vista una de esas dos reglas se pierde la gobernabilidad y se mina cualquier éxito económico.

Muchos tecnócratas piensan en su autosuficiencia, que su éxito depende de los doctorados en el MIT o en Harvard, y peor, creen que el fracaso de un gobierno al que asesoran no les afectará. Sin embargo, la ecuación es muy sencilla, el éxito de un asesor económico está en el éxito logrado por el gobierno al que asesora. Un caso paradigmático lo fue el de Domingo Cavallo, sus éxitos en el pasado no lo salvaron de que una crisis y un escándalo de corrupción se llevaran su prestigio y credibilidad.

En el país, muchos asesores del Gobierno pasado hablan como si la quiebra de los bancos tenía una sola ruta crítica a seguir. Se desligan de todo lo demás. Hoy apuestan a minar la confianza con pronósticos pesimistas, también quieren vender la idea de que la desconfianza en el Gobierno anterior empieza con la quiebra bancaria y que puede traspasarse a este Gobierno. El razonamiento parece ser que la profundidad de la crisis se debió sólo a la magnitud del fraude bancario y no también a su mal manejo.

La desconfianza generalizada comenzó el mismo día en que los asesores minimizaron el efecto de transgredir los límites, por un lado el mal manejo político y por el otro las malas decisiones económicas. Los asesores económicos se creyeron que podían diferenciarse del Gobierno que asesoraban. Y sin dudas, la suerte del tecnócrata en momentos de mal manejo de las crisis económicas es la misma que la del Gobierno al que asesoran: el descrédito.

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