Los tigres del Zoológico

Los tigres del Zoológico

A mediados de los años 90 una pareja de tigres de Bengala fue muerta a tiros, horas después de escaparse de su jaula del Parque Zoológico Nacional.

Los bengaleses escaparon debido a que el “cuidador” no advirtió que había dejado abiertas las puertas de la jaula. Al darse cuenta, se encerró en ella y comenzó a gritar pidiendo auxilio; no hubo víctimas humanas, ya que todo el personal fue evacuado.  Un caballo destinado de antemano como alimento para los felinos resultó muerto a zarpazos.

En un principio la administración del Parque consideró  usar dardos somníferos; pero, estos tardan media hora en hacer efecto, y se decidió finalmente  acudir a las Fuerzas Armadas.

La institución en declaraciones lamentó el sacrificio de la pareja de fieras –un macho y una hembra-; aun cuando resaltó que estaban muy agresivos y no podían arriesgar vidas humanas.  

Hasta aquí la crónica de un hecho curioso que concluyó sin pérdida de vidas humanas.  Ahora bien, analizando la hipótesis en que se hubiese malogrado alguna persona, valdría la pena formularse algunas preguntas, ¿son culpables los tigres? ¿Sería culpable el guardián? ¿Cuál es la responsabilidad del Zoo?

En mi opinión los tigres son inocentes puesto que ellos se comportaron como lo que eran, dos gatos salvajes, que de obrar de otra manera traicionarían su naturaleza felina.  Además de que los animales no son encausables, ni justiciables, porque la única culpa con vocación a castigarse es la humana, por el principio de la personalidad de los delitos y las penas, y de la imputabilidad.

De primera impresión consideraríamos personalmente responsable al celador, por su hecho personal, su descuido y la inobservancia de la más elemental de sus obligaciones.  Sin embargo, es preciso advertir que el “cuidador” no es el dueño de los animales. Él es subordinado del propietario de los mismos, es decir, del Zoológico.

De donde tenemos la responsabilidad civil de los amos y comitentes por el daño hecho por sus criados y apoderados en las funciones en que estén empleados (art. 1384 del Código Civil) y del dueño de los animales o el que se sirve de ellos por el daño que éstos causen cuando estén bajo su custodia o cuando  escapen (art. 1385 del Código Civil).

A propósito de esta maraña de culpas e inocencias, valdría la pena recordar que en el jardín del Edén, siendo Adán cuestionado por Dios ante el hecho de comer del fruto del árbol prohibido, él se defendió culpando a Eva, ésta a su vez adujo en su defensa que la culpable fue la serpiente; pero lo que no dice el relato bíblico es qué arguyó para justificarse la culebra, cuando le preguntaron, si es que lo hicieron, por qué sedujo a Eva.

Interesante a propósito de prisioneros que escapan, el caso de Don Quijote que embriagado por sus delirios y ciertamente abrasado en su interior por los buenos deseos de desfacer  entuertos y reparar injusticias, se le ocurrió contra toda lógica, interrumpir el traslado de unos condenados que encadenados marchaban al destino de sus forzados trabajos.

Liberó Sancho, a requerimiento del “Caballero de la Triste Figura”, a un malandrín de nombre Gines de Pasamonte, que una vez libre de sus cadenas, se abalanzó sobre Don Quijote dejándole si no malherido y maltrecho, al menos quebrantado y molido.

A propósito viene al caso también, la alegoría publicada hace muchos años en “Horizontes”, revista de la Organización de Estados Americanos (OEA), con el título “El Zoológico de Cristal”, en resumen trata de unos niños que llevados de la mano por sus padres al zoológico, protestaron por las malas condiciones que rodeaban el encierro de las fieras. Los padres con no pocas luchas, fueron convenciendo a los guardianes para que mejoraran la situación de los animales.  Poco a poco mejoró la comida, la higiene; mas, no conformes, exigieron los niños a sus padres y éstos a los guardianes que eliminaran los sucios barrotes de las jaulas,  hasta que sustituyendo las barras de metal por paredes transparentes de cristal, rompieron los acezantes felinos los vidrios, y escapándose las fieras devoraron a los niños.

Por suerte, en el caso que nos ocupa del antiguo incidente del Parque Zoológico, ni soltamos a Pasamonte, ni se comieron los niños. 

Pero de estos hechos que asemejan una gran parábola, podemos concluir, que las consecuencias de un error humano son impredecibles, a veces indetenibles. Y uno tiembla, como en  la especie, ante la muerte de dos inocentes… aunque sean tigres.

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